SENTIMIENTOS CASTUOS

SUSPIROS DE ESPAÑA

lunes, 23 de diciembre de 2013

YA LLEGÓ LA NOCHEBUENA



Hay que ver que pronto se pasan los años, otra ves estamos en Navidad. Siempre por estas fechas nos trae recuerdos del pasado; se echa a faltar a los seres queridos que ya no están entre nosotros y las costumbres ancestrales, tan arraigadas entre nosotros.
A veces me pongo a pensar, como ya soy muy vieja, ¡ay! que tontería acabo de decir; un poco mayorcita, eso queda mejor, vieja, que palabra más rancia.
Hay que ver la que se formaba por nochebuena antiguamente, ahora no me acuerdo si nochebuena va junto, bueno es igual,  era un drama, las pobres madres para poder agenciar la cena, que dicho sea de paso, era algo sagrado hacer un extraordinario esa noche, como en la mayoría de las casas no había pollo, porque claro, había que alimentarlo durante todo el año, y encima, no ponía huevos, así que lo más usual era matar la gallina vieja, que era la que ya no ponía huevos. Claro que era un drama para los niños que estábamos encariñados con ellas, las madres la tenían que matar cuando los niños no estaban en casa.
Ya ves, ahora estos pollos que parece que los hagan en serie, ¿a que van a saber? ¡ay cuanto daría yo por aquella gallina vieja! 
Que buena le salía a mi madre con arroz.
Pero claro hoy no lloraría al ver como la mataba, aunque tampoco me gustaría.
Yo estoy pensando que puedo hacer de cena, el pollo descartado, ni disfrazado lo quiero, no tengo perro, ni gato…¡ya está la tortuga! cómo no se me había ocurrido antes.
Con la concha haré las sopas, dicen que las sopas de tortuga es algo exquisito, creo que hasta los Reyes Magos las suelen tomar, pero que pena, bueno en eso ni pienso pensar, con las manos y las patitas así en salsa, creo que quedará buena, antes que esos pollos lo que sea.
Desde luego que las cosas han dado un cambiazo, cuando pienso en la trayectoria de mi vida, Dios mío, si tengo la cabeza a rebozada, tantos años, tanto archivo.
Ya hace años que decían por televisión, dónde iba ha ser si no, que nos acechaban siete plagas, una de las que recuerdo, decían que los africanos inundarían Europa y uno de los pasos, naturalmente sería España, hoy comprendo que tenían mucha razón, pero nunca me imaginé la repercusión que aquello nos iba  a ocasionar, pobre gente, desde los tiempos más remotos han tenido que sufrir esa incomprensible discriminación.
Bueno que no me quiero poner triste que es Navidad.
Ah, otra de las plagas que recuerdo era qué hacer con las basuras, yo en su día, pensé, valla tontería, tirarlas al contenedor.
Pero mira por donde iban, hoy nos tienen en la cocina cuatro cubos para separar todos los desechos, una para las latas, otro para las botellas, lo orgánico, y papel, nada, que a la hora de comer, si quieres comer en la cocina tienes que sacar los cubos al pasillo, porque es cuestión de conciencia y yo estas cosas me las tomo muy en serio.
Pero bueno, hoy sí que le estoy dando vueltas al pasado, claro como ya pronto acaba el año, que por cierto peor no ha podido ser.
Como ya tengo solucionado lo de la cena extra, me voy a dar un paseito que hace un buen día.

FELIZ NAVIDAD


Manuela     

jueves, 19 de septiembre de 2013

LEANDRITO

                                                         


Entre unos pinos y arbustos, justo al lado de un riachuelo, estaba ubicada la casa donde pasaban los fines de semana Félix y Elio, en compañía de sus papás. Eran hermanos, pero en pocas cosas estaban de acuerdo, sólo en lo referente a salir de aventura. Elio era el más pequeño aunque sólo se llevaban un par de años. Cuando Elio decía “-tengo una idea”-era para echarse a temblar-, siempre tenía unas ideas muy estrambóticas. Félix, más sosegado, siempre analizaba minuciosamente las ideas de su hermano, no era cuestión de lanzarse a la ligera porque ya las conocía, él era bastante miedoso y precavido. -A ver Elio, ¿que idea has desarrollado esta vez? -Mira, he pensado que podíamos dar un paseo por el río, como hace mucho calor hasta nos podemos bañar, sí, ya sé que el agua está muy fría, pero aunque sea sólo nos mojamos un poco los pies. -Vale Elio, no es mala idea, pero no nos podemos alejar mucho, en cualquier despiste nos podemos perder. -“Bien” vamos a preparar las mochilas, nos llevaremos unos bocatas y una botella de agua, por si nos entra sed. Ah y también unos cuantos juguetes, ¡los barquitos! Así los podemos echar al río. -Pero Elio no comprendes que el agua se los llevará y no los podremos coger. ¡Ay Elio tu no piensas! Y otra cosa, se lo tenemos que decir a mamá, si nos echa de menos se va asustar sin saber donde estamos. -Bueno no me gusta mucho la idea, pero quizás lleves razón. ¡Ah! otra idea, se lo decimos a papá, a lo mejor se anima y nos acompaña, así iremos sin prisa y seguros, mamá quedará más tranquila. Después de comunicárselo a su papá, este dio el visto bueno y emprendieron la excursión felices y contentos. El río llevaba poca agua era ya bien entrado el verano y era normal, a pesar del deshielo, con tanto calor el agua se va evaporando. Pero de vez en cuando había alguna que otra charca, que incluso, se podían dar un chapuzón, aunque el agua solía estar fría, en la charcas como el agua está parada estará más calentita. Elio iba delante como siempre, era un sendero estrecho hecho por las pisadas de los transeúntes, se divisaba un paisaje precioso, el río serpenteaba sus aguas cristalinas entre dos altas montañas amenazantes, como si lo quisieran encarcelar. Los pinos de un verde penetrante se elevaban al cielo adosados a la tierra de la basta montaña. Los pajarillos trinaban campando a sus anchar en la soledad y el agudo silencio: sólo alterado por su canto y el murmullo de las frías aguas, que trepaba por las pequeñas rocas. Divisaron un pequeño puente, corrieron y se subieron a él. -“Mira papá“, -gritó Félix, -hay muchas truchas. Era cierto eran truchas enormes. Elio dijo a su papá, ¿nos podemos llevar una? -No es fácil, intentaré coger al menos una, son escurridizas, no se dejan atrapar con facilidad. El padre se metió en el agua y muy lentamente, para que las truchas se confiaran, se lanzó sobre una muy grande y logro cogerla por la gran cola, por el medio hubiera sido imposible ya que son muy resbaladizas. Cuando el padre saco la trucha los niños saltaron de contento. -Que bien papá, que contenta se pondrá mamá cuando la vea, ésta noche no la cenaremos. “¡Uh con lo rica que las hace mamá!“, gritó Elio. En ese momento el padre pensó: -tendré que llevarla a casa porque hace calor y se puede estropear si tardamos en volver. Antes de irse le dijo a sus hijos. -No os mováis de aquí que llevo la trucha y vuelvo enseguida. -Sí papá ves tranquilo, te esperamos aquí con los pies metidos en el agua, -sí pero no os mojéis las bambas, -le advirtió su padre. Cuando el padre se fue, estaban con los pies en el agua tan silenciosos que una gran tortuga que pensaba que estaba sola, salió de su escondite y miró a los niños con extrañeza. (¿-Quien sois? No os he visto nunca por aquí. Por favor no me hagáis daño). -Hola tortuguita, le dijo Elio con curiosidad, somos hermanos, yo me llamo Elio y mi hermano Félix. (-Ah, mucho gusto, me alegro de haberos encontrado, ¿Queréis venir conmigo a mi casita, está cerca de aquí, así podréis conocer a mis hijas, tengo tres). Los niños se miraron y los dos tuvieron la misma idea, Elio pego su boca al oído de su hermano y le dijo bajito para que la tortuga no lo escuchara. -Te imaginas Félix, es una tortuga y el de la Yaya es un macho, ¿te acuerdas? lo dijo el nieto de la vecina de la Yaya. Dijo que lo sabía porque tenía la pancha curvada. Se ve que es cierto porque esta la tiene muy plana. Decía que era porque ahí es donde guardan los huevos, porque las tortuguitas salen de un huevo, eso ya no lo han explicado en el cole. ¿te acuerdas? - Tengo una idea Félix, mira ahora vamos a su casa y así se confía y luego no la llevamos a casa la metemos en una caja y cuando nos vallamos la llevamos a la terraza de la Yaya y así el Leandrito ya no estará solo. La tortuga los miraba un poco desconfiada al no escuchar lo que decían. -(Vamos amiguitos que os enseño a mis tortuguitas son preciosas) Los niños caminaron detrás de la tortuga y ya no se acordaban de las advertencias que le había hecho su padre. Siguiendo los pasos de la tortuga se metieron entre dos grandes piedras, allí había como una estrecha cueva muy fresquita y en invierno seguro que sería muy calentita. Parecía una casa normal tenían sus camitas para las tortuguitas pequeñas y una enorme para la madre, unas sillitas pequeñas y un gran sillón que debía ser de la tortuga madre. Elio quedó boquiabierto con tanto lujo, no se imaginaban que una tortuguita estuviera tan cómoda en su casita. Félix dijo, -Elio estoy pensando que es una pena que nos llevemos a la tortuga, ¿qué será de sus hijas si se quedan solas? -Bueno no pasa nada, no las llevamos a ellas también, -pero allí no estarán tan a gusto, en la terraza de la yaya no tienen casita, sólo una gaveta llena de agua, -le reprochó Félix. -Ya estas fallando Félix, ¿no te imaginas lo contento que se pondría el Leandrito con la tortuga y las pequeñas tortuguitas? -Claro que me lo imagino, pero también me da pena sacarlas de su casita con lo a gusto que están, ya ves, cuando tengan hambre sólo tienen que ir a la charca y tiene agua clarita siempre, renacuajos y pequeños peces que a ellas les encanta, ya sabes que la yaya es lo que le da de comer a Leandrito, ¡y anda que no se pone contento!. -Ahora se me está ocurriendo algo Elio. Cuando volvamos a la semana que viene, nos traemos a Leandrito, seguro que si se lo decimos a la Yaya no le importara, y comprenderá que es lo mejor, porque ellos quieren estar por aquí, esta es su vida normal, te imaginas: si nosotros, que nos encanta pasear por aquí, bañarnos y todo eso, pero te gustaría que llegara la noche y estuviéramos por aquí solitos, ¿a ti te gustaría? Elio muy serio y pensativo le dijo a su hermano. -Llevas razón Félix eso es lo que haremos si a la Yaya no le importa. ¡Anda corre que papá ya nos estará buscándonos! Al llegar a casa le contaron a los papás la experiencia que habían tenido, y al acuerdo que habían llegado. Los papás aplaudieron la idea y felices y contentos se comieron la trucha que mamá había preparado tan ricamente. Manuela

sábado, 13 de julio de 2013

EL COLCHONERO

                                                        

                                                        

                                OFICIOS EN DESUSO

Era ya bien caída la tarde, cuando José llegó a su casa, su mujer lo esperaba
con gran cariño y le tenía todo preparado para su aseo personal, después de
una larga jornada de duro y desagradable trabajo.
Pero claro, era el que tenía, el que había heredado de su pobre padre, que a la vez, lo había heredado de su abuelo.
En una pequeña habitación, le tenía un barreño de agua bien calentita, hacia frío y él trabajaba debajo del cielo.
Acompañaba a su marido y, con un calcetín viejo y un trozo de jabón verde, lo ponía como el oro. -Hay que ver que mal hueles siempre que bienes del dichoso trabajo, -le solía decir ella cuando lo estaba frotando. -Claro mujer, tu sabes lo mal que huele la maldita lana, hay mujeres que dejan a los niños sin protección y está la lana casi podrida de tantas veces que se orinan en los colchones.
Y la tela no te digo, algunas ya no se le distinguen ni los dibujos de origen. Luego la que me lían las vecinas, hoy he trabajado en un patio de luz y no veas, todas asomadas a las ventana vociferando. ¡Que peste, que polvo! ¡esto es inaguantable! Y yo, ni miro para arriba, que le voy a decir, si sé de sobra que llevan toda la razón.
-Pero que poca consideración tiene la gente, -renegaba la mujer -no saben que esto es así de toda la vida y que es el medio que tenemos para poder subsistir.
-Sí Lola, esto es así, pero para el niño yo no quiero este trabajo, a ver si es posible que aprenda otro oficio más… -ofició, una buena carrera, eso es lo que le tenemos que dar -protestó ella -Dios te oiga mujer, -asintió, el sumiso marido.  

Manuela    

lunes, 6 de mayo de 2013

LA MUERTE DEL TÍO QUICO


                                    

Samuel estaba absorto en sus pensamientos, cuando el sonido de su móvil desvió su atención, era su hermano Víctor. -¿Qué pasa Víctor? Que sorpresa. -La verdad es que nos comunicamos poco, pero esta vez merece la pena mi llamada, es para comunicarte una buena noticia, se nos han terminado lo problemas, ¿estas de pie? pues siéntate !Ha muerto el tío Quico¡ -¡Bien! ¡Que gran noticia! entonces, ¿nos vamos al tanatorio? -al tanatorio, ¿a qué? Si no lo hemos visitado en tantos años que llevaba en la residencia, qué vamos hacer en ese tanatorio. Quedaremos en la espera de que nos avise el notario, somos su única familia y el tío Quico estaba forrado, si papá hubiera sido como él y no hubiese fundido todo su capital, hoy no estaríamos en la completa ruina en que nos encontramos. Pero afortunadamente, se nos han terminado los problemas. A los quince días, el notario los citó. Los pasaron a una sala en la que había una sola persona, una chica de unos cuarenta años. Los hermanos se miraron entre si, un poco
extrañados. Entró el notario y se sentó frente a ellos en su mesa de despacho. Muy ceremonioso, les comunicó. Paso a leer las últimas voluntades del Señor Ruiz. Sacó de un cajón un sobre lacrado y empezó a leer.-“Yo Francisco Ruiz Salgado con mis facultades mentales normales y sin coacción  de nadie, dicto ante el señor notario que: mi casa sita en la calle discóbolo numero 45 en la localidad de  Madrid, la finca y el cortijo sita en el pueblo de Torre Menga Salamanca, incluyendo animales; con la condición que se mantengan todos los obreros que allí trabajan, y, mi cuenta corriente que poseo en el banco de dos millones trescientos mil euros, pasen a Piedad
Delgado, por haberme cuidado durante mienfermedad y para recompensar los desvelos que tan cariñosamente me ha dedicado. Para mi sobrino
Samuel como debe pesar ya alrededor de los cien kilos, le dejo mi silla de ruedas, porque posiblemente pronto la va a necesitar. Para mi sobrino Víctor
le dejo mi bastón, como es tan sentimental, seguro que lo disfrutará con gran estima. Y eso es todo, os deseo larga vida. “Rezad una oración por mí alma“.

Francisco Ruiz Salgado

Manuela 

martes, 9 de abril de 2013

SOLAS ELLA Y YO

En la sala silenciosa, solas ella y yo, solíamos sentarnos en nuestras respectivas sillas con el asiento de anea; debajo de la falda de gamuza de la pequeña mesa camilla, un cálido brasero reconfortaba la estancia.
Frente a nosotras, una vieja ventana de madera de dos hojas, sólo una de ellas tenía cristal, daba a una calle amplia y soleada. A través del fino cristal, a veces, veía caer las canales, que resbalaban del viejo y sumiso tejado cuando la lenta lluvia caía. Cómo música de fondo, el tic-tac del viejo y cansado reloj despertador que reposaba en el basar, sólo
funcionaba si estaba echado en su propio costado. Silencio y tristeza en la cara de ella. En la mía, aburrimiento, creándome una melancolía eterna. Largas noches, monotonía estable, escaseé de infantes. Sólo tristeza adulta. Son huellas que el paso del largo tiempo nunca puede borrar. Aquellas horas largas, constante vacío de alborozo. Consejos de
una mente de dos generaciones atrás. -“En mi época, las faldas se llevaban hasta los tobillos; de hecho; aún la sigo llevando“. Solía decirme -“Ahora, ya ves, tu la llevas muy corta, apenas te tapa las rodillas. Aún eres pequeña, pero cuando seas mayor te la tendrás que
poner más larga, no está bien visto que una señorita vaya luciendo las piernas. Te tienes que ir preparando para el futuro que te espera. Tienes que aprender a coser, hacer toda clase de labores hogareñas, es lo que vas a necesitar cuando seas mayor, y a lo largo de toda tu vida“. Y así, siempre la misma canción. Y yo siempre atenta a los consejos, sin un reproche, ni una sola queja. “¿Esta noche que vamos a cenar?” Pocas veces me atrevía a hacer esa pregunta; entre otras cosas porque ya lo sabía, casi siempre era el mismo menú: pan tostado en el brasero de picón, con un chorrito de aceite de oliva y un trocito de queso de cabra, de elaboración propia. En contadas ocasiones cambiaba el queso por una pastilla de chocolate. -“¿Esta tarde podré salir un ratito con mis amigas?”
Es domingo.“ Me atreví a preguntar. -“Sí, puedes salir a jugar, pero antes de ponerse el Sol tienes que volver, no me gusta que andes por la calle
cuando se haga de noche” Me ponía un vestido bonito, y me peinaba con dos largas trenzas, en las que me ponía dos lazos blancos como dos grandes mariposas. Luego, en ocasiones, se rebuscaba en su faltriquera y me daba una perra gorda, o, como mucho, tres chicas. Siempre me las gastaba en comprarme confites de anís. En las largas noches, sobre todo en invierno, empleábamos el tiempo escogiendo los garbanzos, naturalmente, uno a uno, ya que abundaban las impurezas, era el menú
casi diario. Otras noches me tocaba leer una página de un libro cualquiera, mi abuela era sumamente metódica, y yo, obediente y sumisa.
A veces me ponía como deberes copiar la página que había leído el día anterior; un día a la semana tocaba hacer cuentas y estudiar la tabla de multiplicar. En fin, pocas horas tenía libre, por el día tocaba labores:
ganchillo, el fatídico punto de cruz, punto de media, pero sobre todo coser: hacer zurcidos y piezas en la ropa ya rota, los calcetines eran una tortura, cada día se rompían. Todo era rutina: desde entonces la
detesto.
Antes de irnos a dormir, era como un ritual, mi abuela cerraba las puertas, le daba cuerda al reloj y cambiaba la hoja al almanaque perpetuo que colgaba de la pared. Cuando yo era casi una adolescente, mi abuela enfermó. Una mañana fría del mes de noviembre se me fue para siempre. Yo sentí un gran dolor y pensé que se había llevado un trozo de mi. Hoy es un pasado muy lejano, pero aquellas huellas monótonas me fueron de gran provecho a lo largo de toda mi vida, porque me enseñaron a saber estar, a escuchar, a obedecer y tantas, y tantas cosas de provecho. Lástima que casi no supe aprovecharlo o no quise, a lo mejor porque la creí poco adecuada para mi época.

Manuela Llera Ramos
                       

martes, 26 de marzo de 2013

REFLEXIONANDO

Hoy que el olvido empieza albergase en mi cerebro, echo de menos aquellos recuerdos que me hicieron tan feliz.
El tiempo que cruelmente se va apoderando de todo, termina llevándose mi salud, mi juventud, dejándome un físico que ya no me es familiar.
Pero claro, sólo hay dos caminos, o este, o el otro, y ese otro, es el último cartucho que se debe quemar, y para eso, siempre quedará tiempo.
Si me quedan las piernas para caminar, los ojos para ver, mi mente para pensar, mi corazón para querer, ¿Qué más puedo pedir?
Es la ley de la naturaleza, lo mismo que el árbol se viste cada primavera y se desnuda cada otoño, hasta que un día de una cruel primavera lo deja desnudo para siempre.
Lo mismo que la nube crece, y se vuelve de múltiples colores, pero pronto un viento helado la funde, haciéndola desaparecer.
Es el ciclo de la vida, todo está en movimiento. Las praderas en primavera, enloquecen floreando los verdes prados, los ríos corren vertiendo sus aguas, a veces turbia, a veces cristalinas, furiosos serpentean sus aguas apresuradas, van con prisa para llegar al mar y allí fundirse con el inmenso océano.
Eso es la vida ¡y que bella es! sólo con ver un amanecer celeste, y una puesta de sol púrpura ya es una suerte vivir.
Por tanto gracias a la vida, que me permite ver a mis seres queridos, pasear las calles, charlar con mis amigos, ver los árboles con los pájaros canturreando en sus ramas, es lo que se debe apreciar. ¿Qué importancia tiene lo demás?



Manuela Llera Ramos
                       

jueves, 28 de febrero de 2013

ENTRE RAÍLES

 Sonia se levantó sigilosa de la cama que compartía con su marido. Fue directa al cuarto de baño, escribió una nota en un papel inmaculado y a renglón seguido se arreglo como cada día para ir a la oficina. Aborrecía ese atuendo ejecutivo que le obligaban en su trabajo. Con sumo cuidado para no despertar a su marido, cogió de debajo de la cama una pequeña maleta que previamente había preparado la noche anterior. Con los zapatos en la mano, la maleta, y un pequeño neceser, salió a la calle. Cogió el primer taxi que pasó, le dijo secamente al taxista: -a la estación de ferrocarril, por favor. Ya en el taxi recordó la nota que le había dejado a su marido: “-no te quiero, me
voy para siempre con mi jefe, mi único amor“. Recordó lo que había metido en la maleta, poca cosa: ropa cómoda, zapatos ligeros, un poco de ropa
interior. Pijama: se le había olvidado, pero le daba igual, no los pensaba utilizar. Llegó al anden de la estación, la muchedumbre se agrupaba alrededor de las puertas del tren. Sus ojos lo recorrían todo ansiosamente, iba de un lado para otro escaneando a la gente, pero no encontraba al ser que tanto anhelaba. En su desesperación, sintió que su móvil temblaba.
Después de escuchar unos segundos, el móvil cayó de su mano, ella setambaleaba, como si fuera a desmayarse. El tren arrancó parsimonioso, ella
bajó a la vía,  caminó despacio por la dificultad que le ocasionaban los zapatos de alto tacón destalonados. Con la maleta en la mano y el neceser bajo su brazo, unas palabras martilleaban su cabeza: -“no he podido coger este tren, pero estoy segura que el próximo, me cogerá a mí“.

Manuela

domingo, 27 de enero de 2013

EL VIOLINISTA

 



En verano solía pasar un músico ambulante, un hombre viejo, pequeño y plácido, con un bigote largo y caído, los ojos tristes y una piel tan blanca que daba la impresión que se fuera ha desmayar de un momento a otro. Andaba por todo el mundo llevando como equipaje un violín enfundado en una larga bolsa de tela gruesa. A pesar de ser un vagabundo y un vagabundo de la escuela más antigua, andaba relativamente bien vestido, eso parece que le era, en cierta manera, impuesto por el oficio que tenía; andaba por lo cortijos, aldeas y otros lugares que le pagaban por tocar su instrumento en  las fiestas señaladas, o, para amenizar: bodas, bautizos, que celebraban en las casas. El pobre viejo cabizbajo, hacia sus recorridos para poder subsistir con el dinero que le pagaban por su penoso trabajo. Hubo un tiempo que era una figura importante, tocaba en los mejores teatros, rodeado de admiradoras y sobre todo, aquellos aplausos que le llenaban la vida. Lujosos atuendos,decoraban su joven y apuesto cuerpo, era la gloria, su gloria. Pero lo que realmente llenó su vida fue su familia, aquella bella mujer que le había dado tanta felicidad, y lo mejor de todo; sus hijos que eran toda su vida. Pero aquella felicidad duró poco, un accidente de trafico segó la vida de su querida familia. Desde aquel fatídico día murieron todas sus ilusiones, ya no leinteresaban los aplausos, ni lujosos teatros, se hundió en aquel dolor y sólo tocaba lo imprescindible para poder subsistir. Un verano bastante caluroso, el músico no pasó.
La gente lo sigue recordando como un ser muy especial.

Manuela