SENTIMIENTOS CASTUOS

SUSPIROS DE ESPAÑA

viernes, 20 de mayo de 2022

 

HUYEN DESPAVORIDAS

 

El cielo se tiñe de un rojo polvoriento.

Las dulces abejas saltan de la que era su guarida.

Su cavernoso panal se derrumba por el estruendo.

Y allí queda el zángano y su majestad la reina.

Son los privilegiados, siendo los culpables.

Quedan en su trono confortable, pero ellas

huyen despavoridas, solo llevan en su mochila sus alas trasparentes.

Luchan por encontrar una triste flor, para succionarla.

Vuelan a favor del brusco viento y van quedando

en donde le abren sus alas, otras abejas libres,

libres de estruendos destructivos.

Por qué, yo me pregunto, siempre tienen que pagar

las inocentes criaturas.

Si son de lo más inofensivo, y tan necesarias…

El cielo se atolondra, lleno de pájaros locos.

Vuelan sin rumbo cierto, inmersos en su triste locura.

No saben cuál es su guarida, todo es destrucción.

Es lo que de lejos ven sus turbios ojos, enrasados.

Ellas, las abejas, no entienden los conflictos, “humanos”

Ellas, siguen fiel al rumbo que le marcó la madre naturaleza.

 

Manuela Llera Ramos   2 - 4 - 2022

viernes, 4 de marzo de 2022

 

 

OTRAS ESPERIENCIAS

 De buena mañana, mi abuelo preparaba los burros, que nos llevarían a la finca donde nos esperaba su rebaño de ovejas y cabras.

Previamente ya las habían trasportado él y mi tío, hoy solo quedaba acarrear al resto de la familia.

La familia era corta mis abuelos y yo, que no pasaría de los seis años por aquella fecha. Mis abuelos maternos habían tenido ocho hijos, muy normal por aquella época, de los ocho, solo le quedaban cinco, uno murió pequeñito los otros dos uno con cuarenta años y el otro con veintisiete, murieron a consecuencia de la guerra.

Vinieron enfermos del frente y como había escasez de todo, incluyendo medicamentos. Pues sucumbieron a la enfermedad, estaban demasiado débil.

Por esa fecha los otros hijos ya estaban casados, solo quedaba con ellos el más pequeño, que, aunque también estaba casado, trabajaba cos mi abuelo.

Mi abuelo cargó los burros, a uno le puso unas alforjas y al otro un serón.

Había que llevar provisiones para mucho tiempo, la finca donde íbamos, estaba muy retirada de los pueblos que tenía alrededor. Por tanto, había que prevenirse muy bien.

Mi abuela viajaba en un burro y mi abuelo en el otro, yo siempre iba sentada delante de mi abuelo.

El camino era largo, casi todo el día, eran caminos en ocasiones casi veredas. Cruzábamos grandes dehesas, nos tirábamos horas para cruzarlas. Estaban cercadas con paredes de piedras y para pasar de unas a otras, había grades cancelas de hierro con enormes cerrojos.

Cuando llegábamos, mi abuelo me cogía de un brazo y me bajaba para que yo la abriera, recuerdo lo mucho que costaba abrirla, el cerrojo era grande y a veces estaba oxidado.

Cuando abría, pasaban los burros y yo volvía a cerrar, entonces mi abuelo me volvía a coger del brazo y me subía al burro.

De esas fincas quiero recordar, que cruzábamos tres o cuatro.

Cuando llegábamos a la finca, era más de media tarde.

Era un cortijo pequeño, en él vivía un par de familias de otro pueblo, se dedicaban a cosechar cereales, eran matrimonios que no tenían hijos y si los tenían ya serían mayores, porque yo no recuerdo que allí hubiera niños, por tanto, para mí era deprimente estar allí.

Mi tío estaba casado con una chica muy maja solo tenían un niño pequeño, a mí me gustaba estar con ella.

Mi abuela era muy buena para mí y me mimada, pero claro a los niños le gusta estar con las personas que más se aproximan a su edad. Ella me peinaba, me hacía peinados bonitos y a mí eso me encantaba.

 

Creo que allí pasábamos la primavera, el dueño de la finca le dejaba que pastaran sus animales a cambio de estercar sus tierras y también le cuidaba su rebaño.

Yo me iba con mi abuelo a guardar las ovejas me gustaban los animales.

Siempre le tuve un gran cariño a las ovejas y las cabras. A mi abuelo le gustaba llevarme con él. Era un gran profesional, se desenvolvía en su ambiente con gran soltura.

Conocía el campo de una manera asombrosa. A veces nos encontrábamos unas matas, se quitaba el sombrero, y con él se tiraba al suelo y cogía una liebre en su madriguera, la cogía por las patas de atrás con la cabeza colgando y le daba con la mano detrás de las orejas, así la mataba.

Otras veces, buscaba huevos de perdiz entre las matas, se encontraba nidos de bastantes huevos, siempre rompía uno para ver si estaba bueno porque a veces estaban hueros. La perdiz los abandona si no salen los perdigones a su debido tiempo, siempre los guardaba en el sombrero.

Cuando volvíamos mi abuela se ponía muy contenta, rápidamente desollaba la liebre y la cocinaba para la cena, con los huevos solía hacer tortillas.

La comida estaba asegurada, las patatas también se las encontraba mi abuelo en el campo, le llamaba criadillas era una patata silvestre. Mi abuelo siempre llevaba su zurrón, allí guardaba todo lo que se encontraba por el campo y también los bocadillos, del agua no había que preocuparse bebíamos de los arroyos cuando tenía sed mi abuelo ahuecaba sus manos y cogía el agua para que yo bebiera, como él decía: agua corriente no mata a la gente.

Corrían los arroyos con aguas cristalinas, a veces los teníamos que cruzar, a mí me daba miedo, mi abuelo me cogía debajo de su brazo y él cruzaba el arroyo saltando de piedra en piedra. Los animales cruzaban sin problemas azuzados por los perros.

Mi abuelo tenía varios perros, eran muy importante para custodiar el rebaño, eran perros muy grandes, pero nobles.

Por aquellas fechas era la pariera- como él decía- las ovejas parían casi todas a la vez, era un gran lío se mezclaban unas crías con otras y esos animales no saben diferenciar, por tanto, mi abuelo se encargaba de poner a cada oveja su cría, para que se alimentaran, lo hacía sin problema, era un gran profesional.          

         

Era hora de hacer el queso 

Muy de buena mañana mi abuelo cogía los cubos de aquellos que había de chapa y se iba a ordeñar las ovejas y las cabras.

Cundo llegaba con los cubos llenos, mi abuela colaba la leche y la depositaba en potes de barro, los arrimaba a la candela y le ponía el cuajo.

El cuajo lo obtenían del estómago de los corderos cuando aún mamaban, se sacrificaban y se le extraía el estómago. Se colgaba hasta que se secaba; una vez seco se queda como un polvo, se recoge bien y se conserva en un bote con preferencia de cristal y bien tapado.

De ahí se coge una cantidad pequeña y se pone en la leche según la cantidad de leche, así se le pone de cuajo, creo que no había medidas exactas, lo hacían a ojo.

Después de ponerle el cuajo, tenían una varita larga, pero muy fina, en una punta tenía un círculo de corcho haciendo un poco de cono, con esa varita se batía la leche muy bien, hasta que quedaba bien diluida.

Se dejaba en reposo hasta que estuviera la leche cuajada, para hacer la comprobación se introducía la varita en la cuajada con el cono para arriba, si no se movía ya estaba la leche cuajada.

Era el momento de volverla a batir con la varita, esta vez con el cono para abajo, batir enérgicamente hasta que la cuajada está bien mezclada.

Volver a dejar en reposo hasta que la cuajada se vaya para abajo.

Se empiezan los preparativos para empezar hacer el queso. Se ponen en el entremijo los aros, que los había de diferentes modelos. Mis abuelos los tenían de chapa, de corcho y de madera.

 El entremijo era como una mesa más bien grande se podían hacer varios quesos a la vez. Estaba rodeada de una madera de unos diez centímetros para que no se cayeran los quesos, solo por un extremo quedaba descubierto, era por donde caía el suero, que se recogía en un cubo o en potes.

Recuerdo a mis abuelos, con sus mangas subidas hasta el codo y lavándose las manos con un trozo de jabón verde y un estropajo que se hacía con soga de esparto.

Se sentaba uno enfrente del otro y empezaba la faena, ponían los aros en marcha, cogían la cuajada del fondo del pote, escurrían bien el suero y lo pasaban al aro, lo presionaban bien hasta que desaparecía el suero en lo posible.

En ese momento se le ponía la sal gorda y los colocaban en unas estanterías de madera. Al día siguiente le daban la vuelta, le ponían sal por el otro lado y vuelta a la estantería.

Luego solo quedaba la curación, dándole vueltas cada dos o tres días.

Cuando estaban secos se untaban de aceite y se guardaban en orzas de barro.

Mi recuerdo más agradable, era el cabrerito, un quesito pequeño que me hacían cada día. Yo me lo comía de un día para otro.

Alguna vez me lo freía mi abuela revuelta con un huevo, estaba buenísimo.

 

Las noches oscuras mi abuelo estaba siempre alerta, era cuando solían atacar los lobos. Los perros eran los primeros que se removían y emitían gañidos, mi abuelo se ponía nervioso y salía rápido a la calle, siempre estaba aprevenido con los cohetes los tiraba y los lobos huían para toda la noche.

Los lobos son muy traicioneros, no se conforman con matar para sus necesidades, matan por matar y pueden hacer polvo un rebaño en pocos minutos.

A menudo mi abuelo sacrificaba a un cordero. Me acuerdo y todavía se me pone el bello de punta, que pena me daba. Cuando ya estaba muerto, lo colgaba en un gran clavo que tenía en la pare, con la cabeza para abajo.

Así, lo desollaba, lo hacía en un momento, sacaba la piel, la abría y la ponía a secar. De las ovejas se aprovecha todo, me imagino que las vendería.

Él sabía curtirlas, se utilizaban para poner en la cama debajo de las sábanas, eran muy calentita. También se utilizaban para poner en la cuna de los niños, y como alfombras. En casa de mis padres las había para todo y en casa de mis abuelos también con mayor motivo.

Cuando el cordero estaba desollado, mi abuelo lo troceaba y lo ponía en un caldero y lo guisaba en caldereta, estaba buenísimo.

El caldero lo colgaba en el Arregui, eran tres grandes palos que los ataba juntos en la parte de arriba, la parte de abajo quedaba suelta haciendo un triángulo del nudo de arriba se ponían los yares, era una cadena larga y gruesa en donde se colgaba el caldero. Justo debajo se hacía la candela, así a fuego moderado se hacía la caldereta.

La caldereta es una comida muy típica de Extremadura, Es sencillísima se pone la carne con un poco de aceite, unos ajos, cebolla, unas hojas de laurel, un buen chorro de vino blanco y unos pimientos choriceros, se cuece hasta que la carne está tierna, tiene que quedar un poco de caldo. Se le hace una picada de almendras, un trocito de hígado, que se ha frito un poco previamente, una rebanada de pan y los pimientos choriceros, esa picada se le pone a la carne y se deja cocer hasta que se quede en una salsa.

Cuando la caldereta estaba hecha, todos a comer, menos mi abuela que no le gustaba el cordero, era una persona muy rara, ella solo le gustaba la sangre, cuando se coagulaba la cocía un poco con sal, después de escurrirla se la freía con cebolla, eso era lo que se comía del cordero.

 

Las familias vecinas, también disfrutaban de las calderetas y del suero. Cuando hacían el queso, el suero, ellos consumían poco porque cada día salía un cubo de suero y nosotros solo éramos, cinco como íbamos a consumir tanto suero, así que aquella familia lo aprovechaban. Siempre les tuvieron un gran aprecio a mis abuelos.

Paradojas del destino, al cabo de los años se volvieron a encontrar en otro pueblo. Por aquella fecha mis abuelos ya eran muy viejos, cuando mi abuelo murió aquella señora lo amortajó.

Tengo un vago recuerdo de todo aquello, yo era muy pequeña, fueron dos o tres primaveras las que pasamos allí.

Los veranos ya los pasábamos en el pueblo, mi abuelo tenía otras tierras de alquiler cercanas al pueblo y en ellas pastaba su rebaño.              

 

 

 

 

martes, 15 de febrero de 2022

 

                                           LA LOBA 

       

          A allá por los años setenta, una mujer luchadora de las muchas que, por aquella época abundaban, porque la mujer sumisa empezaba a rebelarse ante la injusticia que circulaba por aquella sociedad: arcaica y machista.

    La Loba, es como la llamaban sus amigos muy cariñosamente, por su fuerza, su eficacia, su constancia, y su forma de luchar por todo lo que quería. Había estudiado y preparado para desempeñar cualquier trabajo que se cruzara en su camino. Pero no valía para aquella época la preparación, y la competencia, si eras una fémina, ante lo masculino todo sobraba.

   La noche llegaba pronto, era otoño y los días eran muy cortos, cada día se iba notando como se hacía de noche casi a media tarde. La Loba, llegaba pronto a casa, después de una dura jornada de trabajo. Allí la esperaba como siempre la tarea más pesada, pero la más agradable.  

Sus tres hijos la esperaban con los brazos abiertos, eso la colmaba de una satisfacción enorme, pero era duro, estaba sola; no tenía a su marido, se había ido cundo más lo necesitaba. Tenía a su madre, pero era muy mayor, recogía a los niños del colegio, pero solo se los cuidaba hasta que ella volvía, estaba muy enferma y la pobre mujer, sacaba la fuerza de su propia debilidad.

      La Loba podía con todo, era joven, esa era la base fundamental, tenía salud y mucha fuerza para poder llevar a cabo su gran carga.

No era una mujer guapa, pero sí sumamente elegante: alta, delgada, con una figura envidiable, la cara angulosa, ojos orientales, labios carnosos y una sonrisa franca que dejaba ver unos dientes blancos y bien alineados.

Ella cuidaba de sus cachorros y no se consideraba una loba solitaria.

La gente más allegada le decía que era como una loba defendiendo a sus cachorros. Ella reía y siempre decía lo mismo. “Son mis hijos”

    Cuando aquella noche terminó con todas las tareas de siempre, se fue a la cama cansada, tenía que madrugar, era de noche aún, cuando salía de casa. Cuando toco el despertador estaba inmersa en una gran pesadilla, desde que su marido había desaparecido era muy rara la noche que no tenía pesadillas. Se tiró de la cama y se preparó minuciosamente, a ella le gustaba dar buena impresión allá donde fuera.

Una preocupación la azotaba, su pobre madre le tocaba levantar a los niños y prepararlos para después llevarlos al colegio. Estaba más tranquila porque los dos mayores ya casi se defendían por si solos, pero aun necesitaban a alguien que estuviera por ellos y si se peleaban era agobiante.

     Salió al rellano de la escalera, estaba semi oscura, sólo entraba una tenue luz a través de la pequeña ventana, de las farolas de calle. En el segundo piso oyó un ruido extraño, se paró en seco y miró con cautela. Había dos personas que arrastraban un bulto enorme, “podría ser una persona “, pensó.

Los que arrastraban el enorme bulto eran un hombre y una mujer, o dos hombres de diferente estatura. Llevaban pasamontañas y era muy difícil identificarlos.

Estaba claro que aquello no era trigo limpio, en un descuido uno de los individuos la vio. A la Loba le temblaban las piernas, estaba perdida, en ese momento comprendió que estaba en peligro, ella y quizás hasta sus hijos, la sola idea la hizo temblar. Se armó de valor y pasó junto a ellos con toda naturalidad, pero a los pocos peldaños una voz bronca le dijo como una sentencia. De lo que has podido ver aquí, ni mus, o atente a las consecuencias. Era una voz distorsionada, aun así, le pareció familiar, claro, no era extraño era una pareja con la que se había cruzado en la escalera muchas veces.

La Loba voló escaleras abajo, mientras un sudor frío le corría todo el cuerpo.

Corrió por la acera de la calle, ni se paró a entrar en el garaje para coger el coche, suerte que el trabajo no le quedaba muy lejos. De vez en cuando miraba hacia tras, chocando con los viandantes que venían en sentido contrario.

       El aire de la mañana le refrescaba la cara y despejaba sus sentidos.

Pero era inevitable pensar en aquel paquete enorme. “Sería un asesinato, pero si en el segundo piso vivía un matrimonio joven, recién casados, que siempre que te cruzabas con ellos en la escalera se estaban haciendo arrumacos…

    Llegó al trabajo y entró como una bala, no le apetecía hablar con nadie. Entró en su oficina, se sentó detrás de la mesa de su despacho, una nota bien visible llamó su atención, desdoblo el papel y la leyó con inquietud.

“Lo que vistes no es lo que parece, pero si tratas de denunciar te vas a arrepentir toda tu vida, te daremos donde más te pueda doler”

Cerró la nota y en ese momento la hubiese quemado, pero la guardó a buen recaudo, quizás en el futuro la podía necesitar.

No entendía como aquella nota pudo llegar antes que ella. Indudablemente que sabían bien donde trabajaba, ella había ido directa, no se había parado con nadie. No cabía duda solo si habían ido en coche podía entender que hubiese llegado antes que ella.

No lograba concentrarse en el trabajo, sólo pensaba en el voluminoso paquete, era negro como si fuera una gran bolsa de plástico, y en un extremo se apreciaba como una cabeza… ya le cabía duda, se trataba de un cadáver. ¿Pero de quién? “A lo mejor venían del piso de arriba... no, no podía ser, en el piso de arriba vivía ella, también podían bajar del terrado, había una gran terraza comunitaria”.

    Se prometió no pensar más en aquello que tanto la atormentaba. Bajo al comedor y se sacó un café de la máquina, una compañera la abordo y le hizo una observación, mirándola a los ojos. Le dijo que la encontraba rara y ella la esquivó muy cortésmente, eso sí, de forma muy educada, como era ella, así como hermética, su vida era suya. 

    Cuando terminó su jornada de trabajo salió disparada para su casa, los niños la esperaban y su madre también.

Cruzó la calle sin mirar, un coche le pitó con insistencia, “un día tendré susto” se dijo. Antes de llegar a su casa, no pudo evitar volver a pensar en el bulto que arrastraban aquellos energúmenos, la obsesionaba la idea de que fuera una persona muerta, si ella callaba, quizás seguirían matando a diestro y siniestro. La sola idea la atormentaba. Se lo diría a su madre, ella era una tumba si se lo pedía. Se acordaba de su marido, él le daría una rápida solución. Ya hacía dos meses de su desaparición. ¿Dónde estaría? se preguntaba tantas veces. Un día desapareció, se despidió de ella y de los niños con un beso como hacía siempre antes de irse al trabajo, y nunca más se supo. Ella sabía que no se había ido por su propia voluntad, de eso no tenía duda, pero ¿Dónde estaba? De secuestro nada de nada, eran más pobres que las ratas, sólo su trabajo y tres hijos, a veces pensaba que pudiera llevar una doble vida, pero nunca le había dado un motivo para tener la más mínima sospecha. ¿Pero que habría sido de él?

      Había ido varias veces a la policía después de poner la denuncia de su desaparición, y siempre le decían que estaban en ello, pero ella estaba perdiendo toda la poca esperanza que le quedaba.

Se había ido a la cama temprano, pero no conseguía quedarse dormida dándole vueltas al tema que la traumatizaba.

La voz de su madre resonó en sus oídos.

-Hace un rato que toco el despertador ¿No piensas ir hoy al trabajo?

Se abrazó a su madre y rompió a llorar. _Mama tengo un gran problema_

En pocas palabras contó a su madre en el lio en el que estaba metida. La pobre mujer no salía de su asombro.

Después de pensarlo detenidamente la madre le dijo:

-Tenemos que marcharnos de esta ciudad.

-Pero qué dices mamá, aquí tengo mi trabajo, el colegio de mis hijos, un cumulo de cosas que es imposible dejar.

-Pero hija, no ves que tus hijos están en peligro.

-No si yo cierro la boca, ya me lo advirtieron.

-No tienes que cerrar la boca, eso lo tienes que denunciar en comisaría, la policía ya hará su trabajo, pero tenemos que marchar de aquí.

No te preocupes por los gastos extraordinarios que puedan surgir, tu sabes que yo tengo mis ahorros de toda mi vida, sería una forma de darle curso.

-No sé mamá tengo mucho miedo por mis hijos. ¿Dónde estará su padre?

¿Tú crees que pudiera ser su cadáver el que arrastraban?

-Claro que me ha pasado por la cabeza, pero no encuentro una razón. Mi marido no tenía ningún tipo de relación con esa gente, al menos que yo supiera.

-Pero eso es imposible de saberlo, lo que está claro es que aquello no era normal, y luego las amenazas que has recibido auguran algo trágico.

-Pero mamá si salían del segundo piso, esa pareja está recién casados. ¿Qué problemas podían tener? -Eso nunca se sabe y no tan recién casados ya llevan viviendo aquí unos cuantos años, por cierto, hace varios días que no veo al marido, siempre iban tan acaramelados…

     Se preparó rápida, era tarde, nunca solía llegar tarde al trabajo, pero hoy haría una excepción, cosa que no le gustaba en absoluto.

Saco su coche del garaje y salió disparada calle abajo.

Diez minutos pasaban de su hora de entrada, pero por suerte pasó inadvertida, sin que nadie pudiera ver que había llegado tarde.

Trabajó más calmada desempeñando su trabajo rápida y eficaz como hacía siempre.

     A su regreso a casa subió la escalera, le venía bien hacer un poco de ejercicio ya que llevaba muchas horas sentada. Al pasar por el segundo piso se paró un momento se oía una música rara, parecía música árabe. Le pareció raro, pero siguió su camino, tenía el miedo en el cuerpo y eso que se había tranquilizado bastante desde que se lo había contado a su madre.

Llamó a la puerta, siempre lo hacía a pesar de que llevaba sus llaves, pero no quería sobresaltar a su madre.

Automáticamente contó a su madre lo que había escuchado en el segundo piso.

-No sé hija, ya te dije ayer que hacía tiempo que no veo al marido, siempre va sola, sin embargo, cuando estoy en el baño, a veces escucho la voz de un hombre.

-La verdad, mamá, a mi no me han vuelto a mandar anónimos, esperaremos unos días a ver qué pasa, es cierto que a mi me supone un gran trastorno cambiar toda mi vida a otro lugar, por otra parte, yo tengo la esperanza que un día vuelva mi marido.

-La verdad es que su desaparición da qué pensar, si le hubiese pasado algo malo ya se sabría, han pasado dos meses.

-Ya basta de chachara mamá, voy a bañar a los niños y a preparar la cena.

    Al día siguiente muy de buena mañana comenzaba la rutina, estaba cansada física y moralmente. Bajó la escalera y se volvió a parar un instante en el segundo piso, pero esta vez no se escuchaba nada. Al salir del portal coincidió con la vecina del bajo. Después de saludarse ésta le dijo. ¿-Ya sabes que tenemos nuevos vecinos? -No, no sé nada. -Se han ido los del segundo y han venido unos nuevos vecinos, por lo visto son árabes.

Eso la llenó de una gran alegría ya que todo el problema se le quitaría de un plumazo, pero por otra parte aquel misterio quedaría sin resolver y ella estaba convencida que lo que había visto no era nada bueno.

    De camino al trabajo fue dándole vueltas a la cabeza. Era raro que aquella pareja se hubiese marchado de la noche a la mañana, cada vez estaba más convencida que aquello que trasportaban era un cadáver: “¿sería el de mi marido?” Pensó, y se aceleró el corazón, su marido era muy dado a la broma, siempre que estaban entre amigos solía decir: “tenemos una vecina que está potable”, “y si alguien le había ido con el cuento y el marido y ella lo habían acechado y se lo habían cargado”. Sólo de pensarlo le daban escalofríos. Lo que estaba claro es que su marido había desaparecido sin dejar huella.

    Hacia días que no miraba el buzón, temía encontrar alguna otra amenaza que le hubiesen dejado antes de marcharse. Lo miraría a la vuelta del trabajo.

La calle estaba concurrida a aquellas horas de la mañana, la gente acudía a su trabajo era una hora punta. A veces se sentía observada, algunos hombres la miraban, ella se daba cuenta de que no pasaba desapercibida era una mujer muy joven y con un porte muy especial. Pero ella seguía enamorada de su marido o al menos era lo que pensaba.

En el trabajo estaba muy bien considerada, se sentía integrada y feliz.

Había tenido un día agotador, pero estaba tranquila, eso ya era un gran triunfo después de lo que llevaba pasado desde que había desaparecido su marido.

    Al salir a la calle un frío gélido la azotó, no iba suficientemente abrigada para aquel frío, es lo que tiene el otoño, esos cambios tan bruscos de temperatura te pueden coger muy desprevenida.  

Al llegar al portal de su casa, recordó mirar el buzón, había una carta muy extraña de color marrón oscuro. Le temblaban las manos, pero logró abrirla, sólo contenía una nota muy escueta: ¡Cuida de los niños!

El corazón le golpeaba en el pecho, aquello no lo podía entender, qué interés podía tener por sus hijos, qué podía importarle su cuidado, claro que los cuidaría, eran sus hijos, era algo que no le cuadraba. Corrió escaleras arriba para contárselo a su madre. En el segundo piso seguía la música árabe.

Picó a su puerta y le abrió su hijo mayor, lo beso y le preguntó por la abuela, la encontró en su dormitorio echada en la cama:

-mamá, ¿te encuentras bien? – Sí hija solo estaba descansando un rato.

Saco la nota y se la mostró a su madre, ésta la miro con atención.

¿-Qué quiere decir esto? ¿-A ti que te parece mamá?

La madre no salía de su asombro, pero por otro lado estaba tranquila, mucho más tranquila, pensando que habían desaparecido. Sí que era extraña aquella recomendación, qué podía importar a ellos los niños, quizás fuera una advertencia para recordarle que mantuviera la boca cerrada.

-De toda forma yo había pensado preguntar a los nuevos inquilinos, a ver si conocían su nueva residencia, pero si lo que pretendían era desaparecer, que sentido tenía quedar constancia de su nuevo domicilio.

-Claro hija no tiene sentido.

   Después de preparar la cena y bañar a sus niños bajó la basura, era la última faena de toda su jornada de trabajo. Al lado del contenedor de la basura había una bolsa de ropa usada, la miró y quedó helada, una camisa de su marido quedaba al descubierto, no salía de su asombro. En ese momento un chico dejo otras dos bolsas de ropa, la miró y al verla sorprendida le dijo, son cosas que han dejado los inquilinos que marcharon.

¿Puedes describírmelos? ¿Al menos a él? Le temblaba la voz al hacer aquella pregunta que podía albergar muchas respuestas.

El chico muy amable le dijo:

-claro, por curiosidad le hice una foto cuando marcharon, sin que ellos lo vieran, claro, ya sabes cosas que hacemos a veces que en realidad no están bien.

   Sacó el móvil, después de manipularlo con minuciosidad le mostró la foto. El chico la sujetó en el aire, de no ser así, habría caído al suelo.

Su marido aparecía en la foto llevando cogida de la cintura a la vecina del segundo. Sólo se le veían de espalda, pero para ella no hacía falta más, era suficiente para saber que aquel energúmeno era su marido. Cuando pudo recuperar la conciencia, llego a una conclusión.

El paquete negro que arrastraban aquella madrugada no era su marido si no el marido de la vecina y por supuesto los asesinos eran la vecina y su mismo marido. Lastima de las lágrimas que derrame por él, se dijo.

 

 

 

Manuela Llera Ramos       4 - 4 – 2021

domingo, 28 de julio de 2019

EL TIEMPO QUE VUELA


Hoy al cabo de los años, me he parado a pensar en el tiempo. Es curioso, que en toda mi larga vida no había reparado en ello.
Y es que está claro que el tiempo se agota, y es ahí, al llegar a esa conclusión cuando realmente me ha dado pánico.
Al llegar hasta aquí he pensado  que tendré que cambiar y dar un giro a mi vida, tendré que reestructurarme porque ahora comenzare a controlar y pensar en qué gastare mis días.
En el futuro no sé que haré, en el pasado he hecho las cosas de acuerdo con mi forma de pensar que ha sido la que me impusieron desde que tuve uso de razón.
Nunca pude hacer lo que realmente me hubiese gustado hacer. Mi vida ya la habían programado cuándo yo nací, o quizás mucho antes. Y no fueron mis progenitores, no, hoy creo que fue el sistema, aquel sistema tan sumamente retorcido y retrógrada muy diferente del que se vive hoy. Hoy los niños están en un primer plano, y no es que yo no apruebe que así sea, pero siento nostalgia, o quizás una envidia sana, como se suele decir. Cuando yo era niña había muchos niños, había terminado una horrible guerra que había borrado del mapa a media España, y había que repoblar rápido. De ahí tantos niños, y, por eso mismo, nadie nos tuviera en cuenta, no por los padres, ellos no han fallado nunca a sus hijos, pero una atención estrictamente en lo más necesario. ¿Que eran malos tiempos?, pues sí, pero para los abuelos, por ejemplo, era lo mejor de la casa, la mejor cama, la mejor silla, el mejor sitio, es curioso, pero a mi me ha tocado siempre estar en el peor sitio, cuando era niña se mimaba a los abuelos y ahora que soy abuela se mima a los niños. ¿Cuando me va tocar a mi? Está claro que nací en una época equivocada. Tenía que haber nacido ahora.


Manuela Llera Ramos

viernes, 26 de julio de 2019

UN BOMBÓN Y UNA NOTA


Yo era muy feliz, tenía un novio guapo, alto y bastante cachas, pero era demasiado feliz, por eso precisamente, no vivía tranquila, siempre tuve un presentimiento que me hacía sufrir.  
Un día, cuando menos lo esperaba, se fue sin decirme a dios, pero me dejó el bombón con la nota acostumbrada:
“Ahí te dejo el bombón, ahora ya sois dos bombones“. Siempre me elogiaba con esas palabras cariñosas. Mi corazón me anunciaba el presagio inevitable. Una noche negra como mi pena. Las lágrimas surcaban mis mejillas, y estas eran como dos cataratas de fuego. 
Yo sabía que eran muchos bombones en compañía de aquellas notas.
Era mucho tiempo con aquella rutina y ya se sabe que las rutinas acaban matando al amor, por muy fuerte que sea.
Esta ver tenía la corazonada que era la última.
Pasaron los días y sus llamadas cesaron y las mías quedaban sin respuesta.
En el cajón de mi mesita de noche guardaba todos sus regalos, no había consumido ni un solo bombón, todos estaban intactos con su correspondiente nota. Era su recuerdo y para mi era intocable.
Pasado un tiempo, cuándo el dolos era más débil que la atracción por los bombones, empecé a dejarme de formulismos y comencé a terminar con mi pena a base de bombones.
En pocos días la pena marchaba al la vez que los bombones. Y ahora pensaba: ¿Por que no lo había hecho desde el principio?
Una llamada a la puerta me saca de mis cavilaciones.
Miré por la mirilla antes de abrir, divisé una figura familiar, pero no lo veía claramente. Abrí la puerta y allí estaba, sentado en una gran maleta.
 En su mano derecha sujetaba varias cajas de bombones y debajo del brazo aguantaba un montón de notas.
Muy cautelosa le dije: ¿qué deseas? Con una voz entrecortada acertó pronunciar.
-Teee te traigo los bombones y las notas.
Ah, gracias, ya se me habían terminado.
Cogí los bombones y cerré la puerta.
Miré por la mirilla, lo vi bajar la escalera cabizbajo con su gran maleta sobre el hombro.
Las notas las había dejado en el suelo junto a mi puerta, las cogí y me asomé a la ventana, justo cuando el pasaba con su maleta, las lancé al aire.
Miró para arriba y me tiró un beso con desgana. 

Manuela Llera Ramos

viernes, 14 de junio de 2019

LA PAUTA


Hoy me veo con la mente completamente en blanco, la profesora nos ha puesto una pauta para incluir en el relato correspondiente, y no sé por qué a mí me está costando realizar un trabajo que contenga esas palabras.
Me compongo y me lanzo a la calle a ver si me puedo inspirar, porque en casa no me sale nada.
Voy por la calle como las sonámbulas, miro escaparates, contemplo a los viandantes, pero nada surge. Sigo calle abajo, de pronto se oscurece, empiezan a caer gotas, me cambio de acera, para protegerme debajo de las viseras de los balcones. Pero que tonta, si en la otra acera también hay balcones. Esta claro que no me encuentro centrada.
La mente sigue turbada, no me concentro, y es que la pauta que ha establecido la profesora esta vez…
Ufff!!! Que no hay forma de encarrilar nada. y es que me enteré ayer, del trabajo que había que realizar, gracias a que me la dio una compañera. Y digo yo, en que estaría yo pensando, porque en clase estuve.
Seguí la calle abajo, seguían cayendo cuatro gotas. Cuando me di cuenta me había salido del pueblo. Una negrura cubría prácticamente todo el cielo.
Dio un relámpago y me asusté, seguidamente un gran trueno. Me metí en un portal, miré al negro cielo y vi como se insinuaba un arco iris, rápidamente lucía todo su esplendor.
Preciosos colores: azul, rojo, verde, amarillo. Que maravilla.
De pronto pensé, ya lo tengo.
Me fui rápida para casa, no sea que se me olvidara antes de poderlo escribir.
Llegué chorreando, me cambié rápida, y me puse a escribir.
Pero ya se me había olvidado todo, por completo. 

Manuela Llera Ramos

LA SILLA DE SU ABUELO


Carlos Fuente era un personaje muy especial, tenía un físico que por donde pasaba todos los ojos estaban obligados a mirarlo. A sus veinticinco años no había dado golpe, estudiar no le gustaba y trabajar mucho menos, era de origen muy humilde y él siempre decía que viviría de su físico y es posible que llevara razón, porque su persona rozaba la perfección.
Un día se fue de discoteca y conoció a una chica, no era muy agraciada, pero parecía simpática, no sabía como podría contactar con ella. Se armó de valor y se presentó, ella quedó impactada por aquel chico, quizás excesivamente guapo, pero a ella le gustaban los chicos guapos. Era una chica muy rica sus padres tenían una de las fortunas más grande de toda la ciudad.
Como era hija única, todo aquel patrimonio un día pasaría a ser de su propiedad. Pero claro él esto no lo sabía.
Desde ese día no se separaron, congeniaban muy bien, él se encontraba muy a gusto con ella. A veces pensaba: “yo que siempre pensé casarme con una mujer rica y esta chica que no sé ni quien es, lo a gusto que me encuentro con ella”.
Pasado un tiempo, pensaron en irse a vivir juntos, pero a él le falto tiempo para decirle que el no tenía casa, que vivía con sus padres.
Ella le dijo que no se preocupara que ella tenía varias y de una tirada le contó toda su vida, y naturalmente su situación económica.
Él no salía de su asombro, pensaba: “es rica, es rica, y yo la quería ya sin saberlo, indudablemente soy un hombre afortunado”. 
Y así empezaron la convivencia, el estaba encantado. Con las privaciones que había pasado toda su vida y ahora todo solucionado.
Se instalaron en una casa grande sin lujos, aunque un poco retirada de la ciudad, tenía cinco habitaciones, un gran salón, una cocina y un cuarto de baño. En una habitación tenía ella su despacho, como ella lo llamaba, pero según decía había sido de su abuelo, sólo había una mesa rústica y una silla, (la silla de mi abuelo), recalcaba ella, pero que no se podían sentar en ella porque estaba completamente hundida, el estaba un poco desconcertado más que nada porque no entendía para qué quería aquel trasto.
Ese mismo día se fueron al supermercado ya que la nevera estaba bacía, cogieron un carro y el empezó a coger de todo lo que a el le gustaba, sobre todo comida basura, pero el lo entraba en el carro y ella lo sacaba. A cambio ella cogía lentejas, garbanzos, alubias, arroz y pastas de todas las variedades. Cuando el se lamentaba ella le decía que había que alimentarse con dieta mediterránea que era lo más sano. Si le decía de comprar carne, ella decía que tenían hormonas y el pescado que les trasmitían el plástico que ello ingerían en el mar.
Él se repetía para si: “pero si esto es lo que yo comía en mi casa porque éramos pobres, esto no me lo esperaba”. 
Se le ocurrió coger una botella de vino, (para los cumpleaños le digo)
Rápidamente ella la sacó del carro, porque el alcohol destrozaban el hígado. 
Cuando volvieron a casa y después de ordenar la compra la nevera seguía vacía, solo unas cuantas verduras, bailaban en ella. 
La primera noche y para celebrarlo cenaron pan con tomate y aceite de oliva virgen, eso sí.
Se fueron a la cama, pero él no podía dormir, su mente se le nublaba se encontraba como en una nube, entre tinieblas, se mi inconsciente, escuchó el teléfono muy lejano, una voz entre cortada decía: ha tenido un accidente.
 -“¿Quien?¿mi pareja?”- balbuceó. Luego un señor sentado como en un despacho, tenía un gran bigote, abría una carpeta, hablaba de testamento y que a él le dejaba de herencia, “se hizo un silencio” la silla de su abuelo. “¿La silla de su abuelo?”
Dio un salto y quedo sentado en la cama, ella al sentirlo se sentó también  muy asombrada le preguntó que le pasaba.
Él la miró y le dijo muy serio: -sé que la tienes en gran estima, pero te rogaría que mañana pusieras la silla de tu abuelo en el wallapop.

Manuela Llera Ramos