SENTIMIENTOS CASTUOS

SUSPIROS DE ESPAÑA

viernes, 4 de marzo de 2022

 

 

OTRAS ESPERIENCIAS

 De buena mañana, mi abuelo preparaba los burros, que nos llevarían a la finca donde nos esperaba su rebaño de ovejas y cabras.

Previamente ya las habían trasportado él y mi tío, hoy solo quedaba acarrear al resto de la familia.

La familia era corta mis abuelos y yo, que no pasaría de los seis años por aquella fecha. Mis abuelos maternos habían tenido ocho hijos, muy normal por aquella época, de los ocho, solo le quedaban cinco, uno murió pequeñito los otros dos uno con cuarenta años y el otro con veintisiete, murieron a consecuencia de la guerra.

Vinieron enfermos del frente y como había escasez de todo, incluyendo medicamentos. Pues sucumbieron a la enfermedad, estaban demasiado débil.

Por esa fecha los otros hijos ya estaban casados, solo quedaba con ellos el más pequeño, que, aunque también estaba casado, trabajaba cos mi abuelo.

Mi abuelo cargó los burros, a uno le puso unas alforjas y al otro un serón.

Había que llevar provisiones para mucho tiempo, la finca donde íbamos, estaba muy retirada de los pueblos que tenía alrededor. Por tanto, había que prevenirse muy bien.

Mi abuela viajaba en un burro y mi abuelo en el otro, yo siempre iba sentada delante de mi abuelo.

El camino era largo, casi todo el día, eran caminos en ocasiones casi veredas. Cruzábamos grandes dehesas, nos tirábamos horas para cruzarlas. Estaban cercadas con paredes de piedras y para pasar de unas a otras, había grades cancelas de hierro con enormes cerrojos.

Cuando llegábamos, mi abuelo me cogía de un brazo y me bajaba para que yo la abriera, recuerdo lo mucho que costaba abrirla, el cerrojo era grande y a veces estaba oxidado.

Cuando abría, pasaban los burros y yo volvía a cerrar, entonces mi abuelo me volvía a coger del brazo y me subía al burro.

De esas fincas quiero recordar, que cruzábamos tres o cuatro.

Cuando llegábamos a la finca, era más de media tarde.

Era un cortijo pequeño, en él vivía un par de familias de otro pueblo, se dedicaban a cosechar cereales, eran matrimonios que no tenían hijos y si los tenían ya serían mayores, porque yo no recuerdo que allí hubiera niños, por tanto, para mí era deprimente estar allí.

Mi tío estaba casado con una chica muy maja solo tenían un niño pequeño, a mí me gustaba estar con ella.

Mi abuela era muy buena para mí y me mimada, pero claro a los niños le gusta estar con las personas que más se aproximan a su edad. Ella me peinaba, me hacía peinados bonitos y a mí eso me encantaba.

 

Creo que allí pasábamos la primavera, el dueño de la finca le dejaba que pastaran sus animales a cambio de estercar sus tierras y también le cuidaba su rebaño.

Yo me iba con mi abuelo a guardar las ovejas me gustaban los animales.

Siempre le tuve un gran cariño a las ovejas y las cabras. A mi abuelo le gustaba llevarme con él. Era un gran profesional, se desenvolvía en su ambiente con gran soltura.

Conocía el campo de una manera asombrosa. A veces nos encontrábamos unas matas, se quitaba el sombrero, y con él se tiraba al suelo y cogía una liebre en su madriguera, la cogía por las patas de atrás con la cabeza colgando y le daba con la mano detrás de las orejas, así la mataba.

Otras veces, buscaba huevos de perdiz entre las matas, se encontraba nidos de bastantes huevos, siempre rompía uno para ver si estaba bueno porque a veces estaban hueros. La perdiz los abandona si no salen los perdigones a su debido tiempo, siempre los guardaba en el sombrero.

Cuando volvíamos mi abuela se ponía muy contenta, rápidamente desollaba la liebre y la cocinaba para la cena, con los huevos solía hacer tortillas.

La comida estaba asegurada, las patatas también se las encontraba mi abuelo en el campo, le llamaba criadillas era una patata silvestre. Mi abuelo siempre llevaba su zurrón, allí guardaba todo lo que se encontraba por el campo y también los bocadillos, del agua no había que preocuparse bebíamos de los arroyos cuando tenía sed mi abuelo ahuecaba sus manos y cogía el agua para que yo bebiera, como él decía: agua corriente no mata a la gente.

Corrían los arroyos con aguas cristalinas, a veces los teníamos que cruzar, a mí me daba miedo, mi abuelo me cogía debajo de su brazo y él cruzaba el arroyo saltando de piedra en piedra. Los animales cruzaban sin problemas azuzados por los perros.

Mi abuelo tenía varios perros, eran muy importante para custodiar el rebaño, eran perros muy grandes, pero nobles.

Por aquellas fechas era la pariera- como él decía- las ovejas parían casi todas a la vez, era un gran lío se mezclaban unas crías con otras y esos animales no saben diferenciar, por tanto, mi abuelo se encargaba de poner a cada oveja su cría, para que se alimentaran, lo hacía sin problema, era un gran profesional.          

         

Era hora de hacer el queso 

Muy de buena mañana mi abuelo cogía los cubos de aquellos que había de chapa y se iba a ordeñar las ovejas y las cabras.

Cundo llegaba con los cubos llenos, mi abuela colaba la leche y la depositaba en potes de barro, los arrimaba a la candela y le ponía el cuajo.

El cuajo lo obtenían del estómago de los corderos cuando aún mamaban, se sacrificaban y se le extraía el estómago. Se colgaba hasta que se secaba; una vez seco se queda como un polvo, se recoge bien y se conserva en un bote con preferencia de cristal y bien tapado.

De ahí se coge una cantidad pequeña y se pone en la leche según la cantidad de leche, así se le pone de cuajo, creo que no había medidas exactas, lo hacían a ojo.

Después de ponerle el cuajo, tenían una varita larga, pero muy fina, en una punta tenía un círculo de corcho haciendo un poco de cono, con esa varita se batía la leche muy bien, hasta que quedaba bien diluida.

Se dejaba en reposo hasta que estuviera la leche cuajada, para hacer la comprobación se introducía la varita en la cuajada con el cono para arriba, si no se movía ya estaba la leche cuajada.

Era el momento de volverla a batir con la varita, esta vez con el cono para abajo, batir enérgicamente hasta que la cuajada está bien mezclada.

Volver a dejar en reposo hasta que la cuajada se vaya para abajo.

Se empiezan los preparativos para empezar hacer el queso. Se ponen en el entremijo los aros, que los había de diferentes modelos. Mis abuelos los tenían de chapa, de corcho y de madera.

 El entremijo era como una mesa más bien grande se podían hacer varios quesos a la vez. Estaba rodeada de una madera de unos diez centímetros para que no se cayeran los quesos, solo por un extremo quedaba descubierto, era por donde caía el suero, que se recogía en un cubo o en potes.

Recuerdo a mis abuelos, con sus mangas subidas hasta el codo y lavándose las manos con un trozo de jabón verde y un estropajo que se hacía con soga de esparto.

Se sentaba uno enfrente del otro y empezaba la faena, ponían los aros en marcha, cogían la cuajada del fondo del pote, escurrían bien el suero y lo pasaban al aro, lo presionaban bien hasta que desaparecía el suero en lo posible.

En ese momento se le ponía la sal gorda y los colocaban en unas estanterías de madera. Al día siguiente le daban la vuelta, le ponían sal por el otro lado y vuelta a la estantería.

Luego solo quedaba la curación, dándole vueltas cada dos o tres días.

Cuando estaban secos se untaban de aceite y se guardaban en orzas de barro.

Mi recuerdo más agradable, era el cabrerito, un quesito pequeño que me hacían cada día. Yo me lo comía de un día para otro.

Alguna vez me lo freía mi abuela revuelta con un huevo, estaba buenísimo.

 

Las noches oscuras mi abuelo estaba siempre alerta, era cuando solían atacar los lobos. Los perros eran los primeros que se removían y emitían gañidos, mi abuelo se ponía nervioso y salía rápido a la calle, siempre estaba aprevenido con los cohetes los tiraba y los lobos huían para toda la noche.

Los lobos son muy traicioneros, no se conforman con matar para sus necesidades, matan por matar y pueden hacer polvo un rebaño en pocos minutos.

A menudo mi abuelo sacrificaba a un cordero. Me acuerdo y todavía se me pone el bello de punta, que pena me daba. Cuando ya estaba muerto, lo colgaba en un gran clavo que tenía en la pare, con la cabeza para abajo.

Así, lo desollaba, lo hacía en un momento, sacaba la piel, la abría y la ponía a secar. De las ovejas se aprovecha todo, me imagino que las vendería.

Él sabía curtirlas, se utilizaban para poner en la cama debajo de las sábanas, eran muy calentita. También se utilizaban para poner en la cuna de los niños, y como alfombras. En casa de mis padres las había para todo y en casa de mis abuelos también con mayor motivo.

Cuando el cordero estaba desollado, mi abuelo lo troceaba y lo ponía en un caldero y lo guisaba en caldereta, estaba buenísimo.

El caldero lo colgaba en el Arregui, eran tres grandes palos que los ataba juntos en la parte de arriba, la parte de abajo quedaba suelta haciendo un triángulo del nudo de arriba se ponían los yares, era una cadena larga y gruesa en donde se colgaba el caldero. Justo debajo se hacía la candela, así a fuego moderado se hacía la caldereta.

La caldereta es una comida muy típica de Extremadura, Es sencillísima se pone la carne con un poco de aceite, unos ajos, cebolla, unas hojas de laurel, un buen chorro de vino blanco y unos pimientos choriceros, se cuece hasta que la carne está tierna, tiene que quedar un poco de caldo. Se le hace una picada de almendras, un trocito de hígado, que se ha frito un poco previamente, una rebanada de pan y los pimientos choriceros, esa picada se le pone a la carne y se deja cocer hasta que se quede en una salsa.

Cuando la caldereta estaba hecha, todos a comer, menos mi abuela que no le gustaba el cordero, era una persona muy rara, ella solo le gustaba la sangre, cuando se coagulaba la cocía un poco con sal, después de escurrirla se la freía con cebolla, eso era lo que se comía del cordero.

 

Las familias vecinas, también disfrutaban de las calderetas y del suero. Cuando hacían el queso, el suero, ellos consumían poco porque cada día salía un cubo de suero y nosotros solo éramos, cinco como íbamos a consumir tanto suero, así que aquella familia lo aprovechaban. Siempre les tuvieron un gran aprecio a mis abuelos.

Paradojas del destino, al cabo de los años se volvieron a encontrar en otro pueblo. Por aquella fecha mis abuelos ya eran muy viejos, cuando mi abuelo murió aquella señora lo amortajó.

Tengo un vago recuerdo de todo aquello, yo era muy pequeña, fueron dos o tres primaveras las que pasamos allí.

Los veranos ya los pasábamos en el pueblo, mi abuelo tenía otras tierras de alquiler cercanas al pueblo y en ellas pastaba su rebaño.