SENTIMIENTOS CASTUOS

SUSPIROS DE ESPAÑA

martes, 15 de febrero de 2022

 

                                           LA LOBA 

       

          A allá por los años setenta, una mujer luchadora de las muchas que, por aquella época abundaban, porque la mujer sumisa empezaba a rebelarse ante la injusticia que circulaba por aquella sociedad: arcaica y machista.

    La Loba, es como la llamaban sus amigos muy cariñosamente, por su fuerza, su eficacia, su constancia, y su forma de luchar por todo lo que quería. Había estudiado y preparado para desempeñar cualquier trabajo que se cruzara en su camino. Pero no valía para aquella época la preparación, y la competencia, si eras una fémina, ante lo masculino todo sobraba.

   La noche llegaba pronto, era otoño y los días eran muy cortos, cada día se iba notando como se hacía de noche casi a media tarde. La Loba, llegaba pronto a casa, después de una dura jornada de trabajo. Allí la esperaba como siempre la tarea más pesada, pero la más agradable.  

Sus tres hijos la esperaban con los brazos abiertos, eso la colmaba de una satisfacción enorme, pero era duro, estaba sola; no tenía a su marido, se había ido cundo más lo necesitaba. Tenía a su madre, pero era muy mayor, recogía a los niños del colegio, pero solo se los cuidaba hasta que ella volvía, estaba muy enferma y la pobre mujer, sacaba la fuerza de su propia debilidad.

      La Loba podía con todo, era joven, esa era la base fundamental, tenía salud y mucha fuerza para poder llevar a cabo su gran carga.

No era una mujer guapa, pero sí sumamente elegante: alta, delgada, con una figura envidiable, la cara angulosa, ojos orientales, labios carnosos y una sonrisa franca que dejaba ver unos dientes blancos y bien alineados.

Ella cuidaba de sus cachorros y no se consideraba una loba solitaria.

La gente más allegada le decía que era como una loba defendiendo a sus cachorros. Ella reía y siempre decía lo mismo. “Son mis hijos”

    Cuando aquella noche terminó con todas las tareas de siempre, se fue a la cama cansada, tenía que madrugar, era de noche aún, cuando salía de casa. Cuando toco el despertador estaba inmersa en una gran pesadilla, desde que su marido había desaparecido era muy rara la noche que no tenía pesadillas. Se tiró de la cama y se preparó minuciosamente, a ella le gustaba dar buena impresión allá donde fuera.

Una preocupación la azotaba, su pobre madre le tocaba levantar a los niños y prepararlos para después llevarlos al colegio. Estaba más tranquila porque los dos mayores ya casi se defendían por si solos, pero aun necesitaban a alguien que estuviera por ellos y si se peleaban era agobiante.

     Salió al rellano de la escalera, estaba semi oscura, sólo entraba una tenue luz a través de la pequeña ventana, de las farolas de calle. En el segundo piso oyó un ruido extraño, se paró en seco y miró con cautela. Había dos personas que arrastraban un bulto enorme, “podría ser una persona “, pensó.

Los que arrastraban el enorme bulto eran un hombre y una mujer, o dos hombres de diferente estatura. Llevaban pasamontañas y era muy difícil identificarlos.

Estaba claro que aquello no era trigo limpio, en un descuido uno de los individuos la vio. A la Loba le temblaban las piernas, estaba perdida, en ese momento comprendió que estaba en peligro, ella y quizás hasta sus hijos, la sola idea la hizo temblar. Se armó de valor y pasó junto a ellos con toda naturalidad, pero a los pocos peldaños una voz bronca le dijo como una sentencia. De lo que has podido ver aquí, ni mus, o atente a las consecuencias. Era una voz distorsionada, aun así, le pareció familiar, claro, no era extraño era una pareja con la que se había cruzado en la escalera muchas veces.

La Loba voló escaleras abajo, mientras un sudor frío le corría todo el cuerpo.

Corrió por la acera de la calle, ni se paró a entrar en el garaje para coger el coche, suerte que el trabajo no le quedaba muy lejos. De vez en cuando miraba hacia tras, chocando con los viandantes que venían en sentido contrario.

       El aire de la mañana le refrescaba la cara y despejaba sus sentidos.

Pero era inevitable pensar en aquel paquete enorme. “Sería un asesinato, pero si en el segundo piso vivía un matrimonio joven, recién casados, que siempre que te cruzabas con ellos en la escalera se estaban haciendo arrumacos…

    Llegó al trabajo y entró como una bala, no le apetecía hablar con nadie. Entró en su oficina, se sentó detrás de la mesa de su despacho, una nota bien visible llamó su atención, desdoblo el papel y la leyó con inquietud.

“Lo que vistes no es lo que parece, pero si tratas de denunciar te vas a arrepentir toda tu vida, te daremos donde más te pueda doler”

Cerró la nota y en ese momento la hubiese quemado, pero la guardó a buen recaudo, quizás en el futuro la podía necesitar.

No entendía como aquella nota pudo llegar antes que ella. Indudablemente que sabían bien donde trabajaba, ella había ido directa, no se había parado con nadie. No cabía duda solo si habían ido en coche podía entender que hubiese llegado antes que ella.

No lograba concentrarse en el trabajo, sólo pensaba en el voluminoso paquete, era negro como si fuera una gran bolsa de plástico, y en un extremo se apreciaba como una cabeza… ya le cabía duda, se trataba de un cadáver. ¿Pero de quién? “A lo mejor venían del piso de arriba... no, no podía ser, en el piso de arriba vivía ella, también podían bajar del terrado, había una gran terraza comunitaria”.

    Se prometió no pensar más en aquello que tanto la atormentaba. Bajo al comedor y se sacó un café de la máquina, una compañera la abordo y le hizo una observación, mirándola a los ojos. Le dijo que la encontraba rara y ella la esquivó muy cortésmente, eso sí, de forma muy educada, como era ella, así como hermética, su vida era suya. 

    Cuando terminó su jornada de trabajo salió disparada para su casa, los niños la esperaban y su madre también.

Cruzó la calle sin mirar, un coche le pitó con insistencia, “un día tendré susto” se dijo. Antes de llegar a su casa, no pudo evitar volver a pensar en el bulto que arrastraban aquellos energúmenos, la obsesionaba la idea de que fuera una persona muerta, si ella callaba, quizás seguirían matando a diestro y siniestro. La sola idea la atormentaba. Se lo diría a su madre, ella era una tumba si se lo pedía. Se acordaba de su marido, él le daría una rápida solución. Ya hacía dos meses de su desaparición. ¿Dónde estaría? se preguntaba tantas veces. Un día desapareció, se despidió de ella y de los niños con un beso como hacía siempre antes de irse al trabajo, y nunca más se supo. Ella sabía que no se había ido por su propia voluntad, de eso no tenía duda, pero ¿Dónde estaba? De secuestro nada de nada, eran más pobres que las ratas, sólo su trabajo y tres hijos, a veces pensaba que pudiera llevar una doble vida, pero nunca le había dado un motivo para tener la más mínima sospecha. ¿Pero que habría sido de él?

      Había ido varias veces a la policía después de poner la denuncia de su desaparición, y siempre le decían que estaban en ello, pero ella estaba perdiendo toda la poca esperanza que le quedaba.

Se había ido a la cama temprano, pero no conseguía quedarse dormida dándole vueltas al tema que la traumatizaba.

La voz de su madre resonó en sus oídos.

-Hace un rato que toco el despertador ¿No piensas ir hoy al trabajo?

Se abrazó a su madre y rompió a llorar. _Mama tengo un gran problema_

En pocas palabras contó a su madre en el lio en el que estaba metida. La pobre mujer no salía de su asombro.

Después de pensarlo detenidamente la madre le dijo:

-Tenemos que marcharnos de esta ciudad.

-Pero qué dices mamá, aquí tengo mi trabajo, el colegio de mis hijos, un cumulo de cosas que es imposible dejar.

-Pero hija, no ves que tus hijos están en peligro.

-No si yo cierro la boca, ya me lo advirtieron.

-No tienes que cerrar la boca, eso lo tienes que denunciar en comisaría, la policía ya hará su trabajo, pero tenemos que marchar de aquí.

No te preocupes por los gastos extraordinarios que puedan surgir, tu sabes que yo tengo mis ahorros de toda mi vida, sería una forma de darle curso.

-No sé mamá tengo mucho miedo por mis hijos. ¿Dónde estará su padre?

¿Tú crees que pudiera ser su cadáver el que arrastraban?

-Claro que me ha pasado por la cabeza, pero no encuentro una razón. Mi marido no tenía ningún tipo de relación con esa gente, al menos que yo supiera.

-Pero eso es imposible de saberlo, lo que está claro es que aquello no era normal, y luego las amenazas que has recibido auguran algo trágico.

-Pero mamá si salían del segundo piso, esa pareja está recién casados. ¿Qué problemas podían tener? -Eso nunca se sabe y no tan recién casados ya llevan viviendo aquí unos cuantos años, por cierto, hace varios días que no veo al marido, siempre iban tan acaramelados…

     Se preparó rápida, era tarde, nunca solía llegar tarde al trabajo, pero hoy haría una excepción, cosa que no le gustaba en absoluto.

Saco su coche del garaje y salió disparada calle abajo.

Diez minutos pasaban de su hora de entrada, pero por suerte pasó inadvertida, sin que nadie pudiera ver que había llegado tarde.

Trabajó más calmada desempeñando su trabajo rápida y eficaz como hacía siempre.

     A su regreso a casa subió la escalera, le venía bien hacer un poco de ejercicio ya que llevaba muchas horas sentada. Al pasar por el segundo piso se paró un momento se oía una música rara, parecía música árabe. Le pareció raro, pero siguió su camino, tenía el miedo en el cuerpo y eso que se había tranquilizado bastante desde que se lo había contado a su madre.

Llamó a la puerta, siempre lo hacía a pesar de que llevaba sus llaves, pero no quería sobresaltar a su madre.

Automáticamente contó a su madre lo que había escuchado en el segundo piso.

-No sé hija, ya te dije ayer que hacía tiempo que no veo al marido, siempre va sola, sin embargo, cuando estoy en el baño, a veces escucho la voz de un hombre.

-La verdad, mamá, a mi no me han vuelto a mandar anónimos, esperaremos unos días a ver qué pasa, es cierto que a mi me supone un gran trastorno cambiar toda mi vida a otro lugar, por otra parte, yo tengo la esperanza que un día vuelva mi marido.

-La verdad es que su desaparición da qué pensar, si le hubiese pasado algo malo ya se sabría, han pasado dos meses.

-Ya basta de chachara mamá, voy a bañar a los niños y a preparar la cena.

    Al día siguiente muy de buena mañana comenzaba la rutina, estaba cansada física y moralmente. Bajó la escalera y se volvió a parar un instante en el segundo piso, pero esta vez no se escuchaba nada. Al salir del portal coincidió con la vecina del bajo. Después de saludarse ésta le dijo. ¿-Ya sabes que tenemos nuevos vecinos? -No, no sé nada. -Se han ido los del segundo y han venido unos nuevos vecinos, por lo visto son árabes.

Eso la llenó de una gran alegría ya que todo el problema se le quitaría de un plumazo, pero por otra parte aquel misterio quedaría sin resolver y ella estaba convencida que lo que había visto no era nada bueno.

    De camino al trabajo fue dándole vueltas a la cabeza. Era raro que aquella pareja se hubiese marchado de la noche a la mañana, cada vez estaba más convencida que aquello que trasportaban era un cadáver: “¿sería el de mi marido?” Pensó, y se aceleró el corazón, su marido era muy dado a la broma, siempre que estaban entre amigos solía decir: “tenemos una vecina que está potable”, “y si alguien le había ido con el cuento y el marido y ella lo habían acechado y se lo habían cargado”. Sólo de pensarlo le daban escalofríos. Lo que estaba claro es que su marido había desaparecido sin dejar huella.

    Hacia días que no miraba el buzón, temía encontrar alguna otra amenaza que le hubiesen dejado antes de marcharse. Lo miraría a la vuelta del trabajo.

La calle estaba concurrida a aquellas horas de la mañana, la gente acudía a su trabajo era una hora punta. A veces se sentía observada, algunos hombres la miraban, ella se daba cuenta de que no pasaba desapercibida era una mujer muy joven y con un porte muy especial. Pero ella seguía enamorada de su marido o al menos era lo que pensaba.

En el trabajo estaba muy bien considerada, se sentía integrada y feliz.

Había tenido un día agotador, pero estaba tranquila, eso ya era un gran triunfo después de lo que llevaba pasado desde que había desaparecido su marido.

    Al salir a la calle un frío gélido la azotó, no iba suficientemente abrigada para aquel frío, es lo que tiene el otoño, esos cambios tan bruscos de temperatura te pueden coger muy desprevenida.  

Al llegar al portal de su casa, recordó mirar el buzón, había una carta muy extraña de color marrón oscuro. Le temblaban las manos, pero logró abrirla, sólo contenía una nota muy escueta: ¡Cuida de los niños!

El corazón le golpeaba en el pecho, aquello no lo podía entender, qué interés podía tener por sus hijos, qué podía importarle su cuidado, claro que los cuidaría, eran sus hijos, era algo que no le cuadraba. Corrió escaleras arriba para contárselo a su madre. En el segundo piso seguía la música árabe.

Picó a su puerta y le abrió su hijo mayor, lo beso y le preguntó por la abuela, la encontró en su dormitorio echada en la cama:

-mamá, ¿te encuentras bien? – Sí hija solo estaba descansando un rato.

Saco la nota y se la mostró a su madre, ésta la miro con atención.

¿-Qué quiere decir esto? ¿-A ti que te parece mamá?

La madre no salía de su asombro, pero por otro lado estaba tranquila, mucho más tranquila, pensando que habían desaparecido. Sí que era extraña aquella recomendación, qué podía importar a ellos los niños, quizás fuera una advertencia para recordarle que mantuviera la boca cerrada.

-De toda forma yo había pensado preguntar a los nuevos inquilinos, a ver si conocían su nueva residencia, pero si lo que pretendían era desaparecer, que sentido tenía quedar constancia de su nuevo domicilio.

-Claro hija no tiene sentido.

   Después de preparar la cena y bañar a sus niños bajó la basura, era la última faena de toda su jornada de trabajo. Al lado del contenedor de la basura había una bolsa de ropa usada, la miró y quedó helada, una camisa de su marido quedaba al descubierto, no salía de su asombro. En ese momento un chico dejo otras dos bolsas de ropa, la miró y al verla sorprendida le dijo, son cosas que han dejado los inquilinos que marcharon.

¿Puedes describírmelos? ¿Al menos a él? Le temblaba la voz al hacer aquella pregunta que podía albergar muchas respuestas.

El chico muy amable le dijo:

-claro, por curiosidad le hice una foto cuando marcharon, sin que ellos lo vieran, claro, ya sabes cosas que hacemos a veces que en realidad no están bien.

   Sacó el móvil, después de manipularlo con minuciosidad le mostró la foto. El chico la sujetó en el aire, de no ser así, habría caído al suelo.

Su marido aparecía en la foto llevando cogida de la cintura a la vecina del segundo. Sólo se le veían de espalda, pero para ella no hacía falta más, era suficiente para saber que aquel energúmeno era su marido. Cuando pudo recuperar la conciencia, llego a una conclusión.

El paquete negro que arrastraban aquella madrugada no era su marido si no el marido de la vecina y por supuesto los asesinos eran la vecina y su mismo marido. Lastima de las lágrimas que derrame por él, se dijo.

 

 

 

Manuela Llera Ramos       4 - 4 – 2021