SENTIMIENTOS CASTUOS

SUSPIROS DE ESPAÑA

domingo, 12 de diciembre de 2010

CUANDO MUERE LA RAZÓN

                                                         Capitulo   I     

Caminaba despacio, pensativo, el camino era angosto y solitario, las hojas de los árboles se cimbreaban activas, sacudidas por la fuerza del viento.
Iba cabizbajo, cansado, su mente enferma le castigaba enormemente.
Hoy le preocupaba el cielo, amenazaba tormenta, estaba lejos de sus aposentos, e iba desprovisto de ropa adecuada para cobijarse de la lluvia.
Cualquier cosa era para él un motivo de preocupación, él era su propio enemigo, en su mente no existía la razón.
Se encontraba solo, aunque estuviera rodeado de gente, es más, la gente le atormentaba, por eso siempre buscaba la más estricta soledad.
Esta vez había escogido la soledad de la montaña, por sur angostos senderos rara vez se podía encontrar con algún transeúnte.
Era otoño, los árboles lucían su amarillento manto, todo acusaba un deterioro, los tristes arbustos ofrecían sus últimos frutos embebidos por el feroz calor del largo verano.
Llevaba mucho tiempo caminando, el cielo empezaba a oscurecerse, los murciélagos ya se divisaban en el cielo sacudidos por la velocidad que les caracteriza. En su veloz carrera buscaban en el aíre su sustento. Miró para arriba y dio la vuelta, debió darse cuenta que la noche caía, implacable sobre su cabeza.
Llegando a su calle, empezaba a caer gruesos goterones. Se cobijó en un portal que estaba abierto en aquel momento.
Por un momento pensó que tenía que regresar a casa, pero eso le aterrorizaba no tenía ganas de hablar con nadie y menos con su mujer, era una mujer súper habladora cosa que a él le molestaba enormemente.
Pensó pasar por la plaza, a lo mejor su amigo Pascual estaría sentado en el banco que quedaba dentro de los soportales, era el único amigo que no le molestaba en exceso, siempre le contaba historias de cuando hizo el servicio militar, se sabía de memoria las historias, “se las había contado tantas veces” pero eran graciosas, por muchas veces que se las contara, siempre lograba arrancarle una débil sonrisa.
Se asomo a la calle, había cesado la lluvia, miró al cielo casi estaba despejado.
Al llegar a la plaza, estaba desierta, eso le molestó porque no le quedaba otro recurso que volver a su casa junto a su mujer.
Y no es que ella fuera una mala mujer, no, eso no, lo que pasa es que nunca la había querido, al menos como le había querido ella, también es verdad, que, aunque no estuviera enamorado siempre la había tratado bien, eso era otra cosa, había cumplido con sus obligaciones de buen marido, pero el amor verdadero, eso era otra cosa.
él lo sabía bien, desgraciadamente.
En el fondo de su corazón solo un nombre existía, Ana, su dulce Ana, con tantos años pasados, y en su corazón archivaba su más vivo recuerdo.
Por un momento su mente se trasladaba al pasado.
Ana, su dulce Ana, era como siempre la recordaba.
La veía paseando por el parque, allí se reunían, se cogían de las manos y se miraban a los ojos. Aquellos ojos grises que el miró tantas veces, ella siempre le dedicaba aquella abierta sonrisa, parecía que le quisiera agradecer la fijación de su persistente mirada.
Siempre unidos por la complicidad de aquel eterno amor. Eso era lo que ellos pensaban, por eso se cogían de las manos y corrían, jugaban, y sobre todo se reían, reían incansablemente, hasta que llegaba la despedida, entonces se fundían en un sano abrazo, y conjuntamente decían un hasta mañana.
Él vivía de aquellos recuerdos ya tan lejanos, pero eso lo mantenía de alguna forma con ganas de vivir, para seguir recordándola.
Por aquella fecha contaban pocos años no sobrepasaban los veinte, ella un año mayor, quizás ni eso, unos meses, pero ellos eran felices, ella era muy menudita no era baja de estatura, pero era frágil como una pavesa. Tenía una melena larga, de un rubio color de miel, toda llena de tizos que caían en cascada por su espalda.
Una tarde de verano Ana no acudió a la cita, él la espero hasta bien entrada la noche, tenía el corazón encogido, no era normal aquella ausencia, pensó. “estaría enferma” el corazón galopaba en su pecho. Pensó volver a casa haber si por el camino se encontraba con algún conocido que le pudiera dar noticias de ella.
Iba cabizbajo, silencioso, sumergido en sus pensamientos. Al volver la esquina se cruzó con un vecino de Ana, antes que el le preguntara este le dijo.
-¿Ya sabes la noticia?
-No. ¿Qué noticia?
-Mira, por aquí se escucha que Ana ha desaparecido.
-¿Cómo que ha desaparecido?
 -Dicen que se la llevaron a declarar, ya sabes, como ella fue una de las que repartieron propaganda subversiva.
-Pero que importancia tiene, no le han hecho mal a nadie.
-Sí, pero tu ya sabes como están las cosas, lo rebuscan todo y por la más mínima se llevan a la gente, y parece que se las haya tragado la tierra.
Un escalofrío le cruzó la columna vertebral es como si una lanza se la hubiese atravesado, era verdad lo que estaba diciendo, pero el ya no quería saber más, un dolor inmenso le oprimía la garganta.
Se marcho sin decir nada, no podía articular palabra.
Desde aquel fatídico día, su corazón estaba enfermo de dolor.
Pero a pesar de eso su recuerdo lo acompañaría hasta el día de su muerte.
                                           Por fin se decidió volver a su casa , con un poco de suerte, quizá lo estuviera esperando su amigo Blas, a su amigo le gustaba charlar con su mujer, a los dos le gustaba charlar, se tiraban horas contándose largos relatos, hacían buenas ligas, eran amigos desde hacía muchos años, cuando vivía su mujer, siempre salían juntos, ellas eran buenas amigas.
Al abrir la puerta ya oyó el murmullo de la conversación, nunca había sentido celos de Blas, eso no, era un buen amigo y su mujer una mujer fiel, aparte, los celos, él creía que iban muy unidos al amor.
Ahora los saludaría, esperaba que la charla no se alargara o se le ocurriera jugar a las cartas, los dos eran bastante aficionados, pero a él le aburría enormemente, prefería irse a su habitación y allí en silencio, seguir con sus pensamientos que tan feliz le hacían.
Su amigo se marchó ya muy entrada la noche.
Cenaron en silencio como siempre, el solía cenar muy poco, era un hombre frágil, bastante delgado, comía despacio y muy poca cosa, con los años había cambiado de joven, era tan diferente.
Después de la cena pasaron un momento al salón, pero él paró poco, se disculpo y marchó para su habitación.
Por un momento pensó en su mujer, pobre mujer, nunca pedía nada, sumisa ante todo lo que él le quería dar.
La recordaba de joven, era una mujer hermosa, sus amigos le envidiaban, pero él no fue el que se fijó en ella, no, él no se fijaba en ninguna mujer, ella era guapa y buena chica, al final sus esperanzas estaban perdidas.   
Por eso se propuso quererla y lo consiguió aunque de muy diferente manera a la que había querido a Ana, a su dulce Ana.
En la soledad de su habitación, sus recuerdos volvieron atormentarle.
Después de aquella mala noticia que le diera el vecino de Ana, pasó mucho tiempo sin saber de ella, así eran las cosas por aquella época, todo hermetismo, pero bajo cuerda siempre se oían cosas, claro que de ella nada por más que preguntaba, nada.
Pasaron unos meses desde que había desaparecido, un día se cruzó en la calle con su prima Mary los dos quedaron un momento sin articular palabra, no la había visto desde hacía tiempo.
-¿Has sabido de Ana?
-No, nada ya ves es como si no hubiese existido, sus padres están deshechos, ya no me atrevo ni ir a visitarles porque cuando me ven se deshacen en lágrimas, yo me uno a ellos en ese gran dolor que nos invade.
-Mira, no hagas comentarios, tu sabes que las cosas están muy mal, pero se dice que está en la cárcel en la ciudad.
-Pero si ella no ha hecho nada, si es una cría lo más santo y más puro que existe.
-Sí, pero no olvides que difundió propaganda subversiva, fue una de las que se dejo ver, claro era tan joven, nadie pensaba lo que se nos avecinaba, la prueba la tienes que están desaparecidas todas, las que eran mayores y las que eran casi niñas.
-¿Qué podemos hacer? -Yo me siento impotente Mary.
-Ya lo sé, pero es lo que hay y no se puede ni hablar, porque no sabes quien te escucha, la gente se cambia de chaqueta, los que antes eran del otro bando hoy son de este, esto es una guerra ya lo sabemos bien.
                                                
Al día siguiente se despertó muy temprano, con gran sigilo se levanto para no despertar a su mujer, desde que se había jubilado hacía poco más de un año se levantaba pronto, tenía adquirida la hora de tantos años,  y no podía parar en la cama.
Después de su aseo personal se iba a dar un largo paseo, como siempre en solitario.
Hoy pensó dar una vuelta por la plaza, a esa hora estaría desierta, pero se equivocó su amigo Pascual se encontraba sentado en un banco, lo llamó y le hizo seña para que se sentara a su lado.
No rehuyó, aunque en aquel momento no le apetecía escuchar historias de la mili.
-¿Que te parece si nos vamos a tomar unos churros con café?
-Bueno, pero se me va hacer tarde, me he levantado con cuidado para no despertar a Carmen y no le he podido decir nada.
-No te preocupes, ella sabe que te gusta pasear de buena mañana.
-Sí, pero no suelo tardar mucho, así que vamos rápido haber si para las diez ya puedo estar en casa.
-No tardaremos, vamos aquí cerca a casa de Fausto los hace muy buenos.
Se sentaron en una mesa uno enfrente del otro, Pascual lo miró a los ojos.
-Pareces triste, claro en ti no es extraño siempre estas perdido en ese tu mundo que te atormenta.
-No, esos son figuraciones tullas.
-Tú sabes que hace años que nos conocemos, en más de una ocasión me has contado algunas cosas, que aunque no lo comprendo, tú sabes que siempre trato de ayudarte a ver las cosas con una realidad racional.
-Bueno lo vamos a dejar, de eso hace tantos años.
-Claro que hace muchos años, es eso lo que yo quisiera hacerte comprender, pero tienes días que no razonas.
Quedo pensativo como casi siempre, su mente se le fue al pasado.
Ya llevaba casado unos años, cuando por casualidad se encontró con
El padre de Ana, como siempre el buen señor se echó a llorar.
-¿Han sabido algo de su hija? 
 -Con credibilidad nada, pero el otro día me dijo un amigo que habían cogido a un fugitivo en la sierra, dicen que comenta que había visto a unas chicas que mal vivían en una cueva escondidas, dice que sobreviven con lo que encuentran en el campo. Están desprovistas de ropa ya que las que se llevaron estaban haraposas.
-¿Pero cómo van a sobrevivir en esas lamentables condiciones?
-Es lo que yo pienso, pero nosotros no perdemos la esperanza, aunque nos duela, si es que está en esas condiciones, preferimos pensar que está viva.
-¿Qué le parece si fuéramos los dos y algún otro voluntario de la familia, claro?
-Podemos hacer una batida por la sierra, a lo mejor encontramos algún rastro que nos diera alguna pista.
-No es mala idea, pero. ¿Y si nos cogen los guardias, que le podemos decir para no levantar sospechas?
-Bueno podemos decir que vamos buscando un poco de leña seca.
-No sé, pero estoy tan desesperado que haría cualquier cosa.
-Púes no se hable más, mañana a las ocho en la plaza, o en el parque, donde usted quiera a mi me da igual.
A la mañana siguiente muy temprano salían los dos, y dos primos jovencitos de Ana.
                                       
Buscaron los caminos rurales que no solían estar transitados por los guardias, sólo se podían encontrar con algún vecino del pueblo, pero esos eran inofensivos, todo el pueblo sabía de la desaparición de las chicas, y todos estaban pendiente de alguna pista que pudiera dar una esperanza.
Caminaron durante horas sin descanso, los jóvenes ya empezaban ha cansarse, pero ellos no tenían tiempo de pensar en el cansancio, su objetivo era andar el camino lo antes posible, era invierno y los días cortos, no querían que le llegara la noche en plena sierra.
Por otra parte, no le había dicho nada a Carmen, el solía ir a casa antes de anochecer, si tardaba seguro que estaría intranquila.
Iba sumergido en sus pensamientos, cuando el padre de Ana le preguntó.
-¿Cómo te va en tu matrimonio?- Carmen es una buena chica.
-Sí, es una buena mujer, pero yo no dejo de pensar en Ana, hasta que no aparezca no descansará mi alma.
-Claro, pero eres muy joven y tienes que rehacer tu vida, tienes que tener hijos y llevar una vida normal como cualquier persona, mi hija está desaparecida sin esperanzas que pueda aparecer, ha pasado mucho tiempo, demasiado, para que hayan podido sobrevivir por estos recovecos.
-Eso es lo que yo pienso por más que me duela.
Llegado el momento oportuno el grupo se esparció, de dos en dos, siguieron diferentes caminos.
Quedaron en un lugar determinado, después de hacer un recorrido de un par de horas.
Los jóvenes fueron por un lado y el padre de Ana y Camilo muy unidos escogieron trepar por la maleza.
Entre matorrales y rocas buscaron con ahínco, Camilo divisó una especie de cueva, los dos se apresuraron a ella, pero no vieron nada, la analizaros con lupa, con la ilusión de encontrar alguna pista.
Había unas piedras grandes, daba la sensación que habían servido en alguna ocasión de asiento, quizá para algunos pastores o leñadores.
Vieron restos de tela como de un vestido porque a pesar de lo sucio que estaba, se apreciaba un estampado muy difuso.
Los dos se apresuraron a un arroyo que habían dejado atrás en el camino.
Lo lavaron con la ilusión de que aquel estampado le diera alguna pista, todos los vestidos de las chicas los recordaban, el pueblo era pequeño.
-De Ana no es.
Dijo el padre con cara de desencanto.
-Yo no recuerdo ese vestido, por más que lo pienso, no lo recuerdo, sé positivamente que si fuera de alguna de ellas lo recordaría.
Cabizbajos continuaron el camino, visualizando cada cosa sospechosa que se le cruzara en el camino, pero ni rastro de Ana su dulce Ana.
Que triste destino solo por participar en difundir propaganda prohibida. 
-Ya están aquí los churros.
La voz grave de Pascual lo saco de sus pensamientos, pero en su inconciente aún permanecía ausente.
-Camilo que ya están aquí los churros.
-Ya, perdona estaba distraído.
-Bueno que buena pinta tienen estos churros, la verdad que los hacen buenos esta gente.
-Ya te dije, son únicos en esto y el café también es especial.
-Venga come rápido que Carmen se va preocupar, como ya te dije no le dije nada esta mañana por no despertarla.
  
 Cuando llego a su casa Carmen lo esperaba con el desayuno en la mesa, en una fuente tenía unos huevos revueltos, un zumo de naranja, café recién hecho y una jarra de leche caliente.
-¿Donde has estado Camilo? Ya me tenías preocupada.
-Ya, pero me encontré con Pascual y se empeño que desayunáramos churros, ya sabes lo buenos que los hacen en la cafetería de Fausto.
.Ay con el Pascual, como se nota que ya no lo espera nadie en casa.
Lo siento Carmen, pero no tengo apetito, pero no te preocupes al medio día me lo como, ahora me voy a mi habitación, quiero descansar un poco.
Ya en su habitación volvió a recordar el pasado.
El padre de Ana, cansado, se sentó en una piedra.
-Lo siento Camilo, pero me empiezan a pesar los años, ya no soy joven.
-No se preocupe descansa un poco, yo mientras voy a bajar aquel cabezo haber si veo algo.
Bajó saltando de piedra en piedra, él era joven, buscaba por entre los matorrales, allí abundaban había mucha maleza, ahora solo, podía mirarlo todo con detenimiento, con el padre de Ana era imposible, ya tenía sus años y tenía dificultad para trepar por aquel monte bajo.
Divisó de lejos como una pequeña cueva eran unas piedras amontonadas, pero por un lado había una pequeña puerta, se asomo, estaba muy oscura tuvo que agacharse lo que pudo para poder entrar, allí estaban, había unos esqueletos humanos, pero ni una pista de ropa que pudiera reconocer, había unos recipientes, unas latas oxidadas y unos tiestos que podían haber pertenecido a pucheros o quizás barriles.
Salió corriendo horrorizado de lo que había visto allí, se alegró de que el padre de Ana no le hubiese seguido, así se había ahorrado el mal trago que el había pasado.
El padre de Ana seguía en la misma postura que lo había dejado, pensó que lo dejaría descansar y así el podía seguir buscando por los matorrales.
Había recorrido bastante terreno cuando en unas matas divisó un trozo de tela, daba la sensación que se le hubiese enganchado alguna mujer, quizá huyendo de las patrullas que según decían hacían los guardias.
Las imaginaba huyendo despavoridas de los tiros o de las bombas, valla usted a saber.
A lo lejos había una ladera, le quedaba lejos, pero apresuró el paso, cuando avanzó unos metros divisó una choza, corrió con ahínco con la esperanza de encontrar algo que pudiera tranquilizar su alma.
Llego casi ahogado por el esfuerzo de la carrera. La choza era pequeña apenas podía entrar por la puerta, cuando entro quedo impactado, había de todo mantas, chaquetas, pucheros con restos de comidas ya corrompidas, podía apreciar que hacía días que por allí no pasaba nadie.
No cabía duda que allí se habían alojado varias personas, hombres y mujeres ya que se deducía por restos de ropa exclusiva femenina.
Nuevamente huyó de aquel lugar que lo llenaba de tristeza y desconsuelo, se daba cuenta que volvería a su casa con la desilusión de siempre.
El padre de Ana lo esperaba con expresión de esperanza, pero cuando se aproximó y vio de cerca su cara se le heló el semblante.
-Nos tenemos que marchar los chicos ya nos estarán esperando, es la hora en la que henos quedado con ellos.
-¿Has visto alguna pista Camilo?     
-Desgraciadamente no, nada que nos pudiera dar una esperanza.
-Que desesperación Camilo esto es peor que llorarla muerta.
-No diga eso a lo mejor está escondida, o la tienen en la cárcel, yo prefiero pensar eso de lo contrario se me rompe el alma.
-Llevas razón, eres tan joven, por eso ves las cosas muy diferente a este pobre viejo.
-Venga no es tan viejo todavía está muy bien.
Cuando llegaron al lugar del encuentro, los chicos ya estaban esperando.
El sol se escondía detrás de la sierra, sumiso se deslizaba lentamente, sin su calor, el frío se iba apoderando de la tierra.
Cogieron el camino de regreso.
Casi no pronunciaron palabra, estaban cansados, habían pasado muchas horas trepando por la maleza de la sierra, eso los había agotado físicamente, el padre de Ana y a él además del agotamiento volvían con la moral por el suelo.
Llegaron al pueblo ya bien entrada la noche, al llegar a la plaza se despidieron. Los cuatro hombres se miraron desconsolados y con un frío adiós se despidieron.


                                            


La voz de Carmen lo sacó de sus pensamientos.
-Camilo me voy hacer la compra ¿Te apetece acompañarme? Tengo que comprar bastante, así me puedes ayudar con el bolso.
-Sí Carmen ya voy, me había quedado dormido, no me he dado ni cuenta.
-Vale no pasa nada ahora puedes descansar, bastantes años has estado esclavizado al dichoso trabajo, ya es hora que tengas tranquilidad.
-Llevas razón Carmen, a veces me encuentro muy cansado.
-No te preocupes nos llevamos el carrito de la compra, así no traemos tanto peso, tengo que comprar bastante, ya sabes mañana domingo, siempre vienen los chicos a comer, hay que tener previsiones.
Salieron a la calle, Carmen estaba muy bien, pero las piernas las tenía un poco torpe, quizás por que estaba un poquito gruesa, era una mujer corpulenta y con los años se había llenado de kilos, eso le hacía caminar con dificultad. Camilo llevaba el carrito con una mano con la otra llevaba del brazo a su mujer, no se fiaba que le pudieran fallar las piernas y cayera.
Ya de vuelta Camilo se encontraba indispuesto Carmen se paró en la puerta de una cafetería.
-Anda Camilo, tomate un café o un zumo, donde tendrás ya los churros,
conociéndote te comerías un churro y han pasado muchas horas.
-No tengo apetito Carmen, pero vamos a pasar y te tomas tu algo, hemos estado mucho tiempo con la compra y debes estar desmayada.
Pasaron a la cafetería, Carmen se pidió un café con leche, Camilo se pidió un zumo de naranja.
Hicieron planes para el día siguiente, sobre todo ella ya sabemos que las madres se vuelven locas cuando sus hijos vienen a comer.
-Mañana vendrá Pilar y su familia, pero Luis vendrá solo con los niños Sonia trabaja, le toca guardia en el hospital.
-Carmen tu ya estas muy mayor para tanto jaleo, creo que cuando quieras invitar a los chicos los tendríamos que llevar al restaurante así te quitas de hacer comidas y compra, te vas a gastar lo mismo y te quitas de problemas.
-Ya lo sé Camilo, pero de momento puedo, solo es un día a la semana, en casa es más acogedor ya sabes después los chicos charlan de sus cosas sin prisa, en el restaurante cuando termina la comida estas en la calle.
-Llevas razón yo lo ago por quitarte trabajo.
-Y yo te lo agradezco, pero ya te he dicho mientras pueda es mejor así.
Volvieron a casa, llegaron los dos cansados, dejaron la compra en la cocina y se sentaron a descansar en los sillones del salón.
Tenían un piso pequeño, pero muy acogedor, Carmen era una mujer muy laboriosa y detallista daba fe de ello con el gusto que tenía decorado su hogar.
-Carmen me encuentro muy a gusto en casa, esta paz y tranquilidad me hace feliz. Tu sabes que yo no soy muy hablador y me atormenta cuando se reúne la gente hablan todos a la vez, me atormenta, no lo puedo remediar, por eso a veces rehúyo cuando nos juntamos con los amigos, pero es solo eso, no tengo nada en contra de nadie.
-Claro Camilo ya lo sé pero a veces hay que transigir, a mi me caen todos muy bien y tu sabes que yo soy habladora, pero en ocasiones también me cansan y cuando llego a casa, digo por fin.
Al día siguiente, se levantó temprano como de costumbre. Salió a la calle y miró al cielo, es lo que solía hacer, según veía el día así cogía la ruta.
El día estaba despejado, estaba saliendo el invierno y empezaba a subir el sol y con el se presentía la futura primavera.
Se decidió por dar su paseo matutino por la orilla del río, era un paseo agradable podía contemplar las aguas cristalinas, hacia muchos días que no llovía, el río como siempre en su caminar sin fin trotaba incansable.
Se acerco hasta la orilla, las aguas transparentes le dejaban ver los pequeños peces haciendo piruetas feroces.
Largo rato los estuvo contemplando, cogió una pequeña piedrecita y la tiro junto a ellos, rápidamente te dispersaron, pero pronto volvieron a la superficie.
Pensó seguir su camino era un día espléndido, el cielo estaba limpio y su azul penetrante.
Caminó largo rato, hasta que sus piernas le recordaban los muchos años que tenía, a lo lejos divisó un banco al borde del camino, era un camino rústico, pero muy frecuentado, la gente de los pueblos que circundaban al río solían dar largos paseos.
Se sentó en  el banco desierto, en aquel momento no había mucho tránsito, de lo que se alegró así podría volver al pasado en su pensamiento.
Después de aquel día que habían trepado la sierra en compañía del padre de Ana, no había vuelto a saber de él, estaba más ocupado  porque le había salido un trabajo fijo, llevaba unos cuantos años deambulando entre unos trabajos esporádicos que a penas les daba para llegar a fin de mes.
Carmen tenía la ilusión de tener hijos, pero él de momento no había querido, los tiempos eran malos para traer hijos al mundo, solo había calamidades y miserias.
Ahora que ya tenía un trabajo, más o menos fijo pensaba que sería hora de darle gusto a su mujer, “era tan buena”.
Pasado un tiempo Carmen quedó embarazada, estaba contentísima pronto se puso a preparar la ropita para su futuro hijo, no lo tuvo nada fácil estaban a pocos años de haber pasado una gran guerra, y en el país no había de nada, no solo no había dinero, sino que no había telas para confeccionar la canastilla.
Las abuelas fueron las protagonista, le ofrecieron lo que ellas tenían de cuando habían criado a sus hijos.
Con aquello y lo que pudo comprar clandestinamente, le hizo a su futuro bebé su canastilla.
Era un día esplendido del mes de mayo cuando un día al volver del trabajo Carmen le dijo que no se encontraba bien, él se puso muy nervioso, corrió la calle abajo a buscar a la comadrona. Cuando llegaron el niño ya estaba a punto de nacer.
Al cabo de media hora la comadrona salía con el niño en los brazos.
-Es un barón.
Esas palabras aún le resonaban en sus oídos.
Pocos años después tuvieron una hija, era igual a Carmen, guapa y buena, desde niña ya se le vio las características de su madre, él lo sabía bien, estaba contento con esa similitud.
Hubiera sido tan diferente, si se pareciera a Ana, pero cruel destino el suyo. ¿Dónde estaría Ana, su dulce Ana?
Habían pasado unos años, dos, quizá tres.
Un día se encontró con un hermano del padre de Ana.
-Hola Camilo ¿Como vas? ¿Y Carmen y los niños?
-Bien, estamos bien, yo tengo trabajo, por lo demás, la rutina de siempre.
-No sé si sabes que el padre de Ana a muerto esta mañana.
-¿Qué ha muerto? Si no sabía que estuviera enfermo.
-Sí, ya llevaba mucho tiempo que no se encontraba bien.
-Hacía tiempo que no le veía, como estoy trabajando no me queda tiempo de salir, hace tiempo que no voy a la plaza, cuando no tenía trabajo iba cada día, ya sabes, es el punto de encuentro entre el jornalero y el Señorito.
-¿Cuando lo entierran? Porque al entierro voy aunque pierda unas horas de trabajo.
-El entierro es mañana a las once.
-Pobre Ana, si viviera, o quizá viva, que sabemos.
-Yo lo he dicho por todo el pueblo, por tanto las autoridades lo saben, digo esto por si estuviera en prisión, y claro en estos casos a lo mejor, al menos se lo dirán.
-Que lastima, si fuera así que disgusto se va ha llevar, pero eso sería señal que está viva. Pobre Ana, mi dulce Ana.
-Bueno Camilo, ya sabes el entierro a las once.
-Sí, allí nos veremos.
Aquella noche le costó conciliar el sueño, pensaba en Ana, ¿Donde estaría? Si estaba en algún sitio o, muerta y enterrada sabría Dios donde.


                                              
A la mañana siguiente se levantó pronto se fue un rato al trabajo y sobre las diez se vino a casa, se preparó para la ocasión y se marchó para casa de Ana. Ya cuando entro por la calle, vio el tumulto de gente parados en su puerta, sobre todos hombres, las mujeres acostumbraban a esperar dentro de la casa.
Al llegar, pensó entrar para dar sus condolencia a la madre de Ana.
La casa estaba escasa de luz, pero divisó un guardia al lado de ella. Cuando sus ojos se adaptaron a la oscuridad vio al lado del guardia una mujer joven, pero en su cara había una expresión de cansancio y dolor que la hacía parecer una anciana, tenía el pelo casi rapado y su figura excesivamente esquelética, estaba sentada, cabizbaja, al otro lado tenía otro guardia, la joven tenía las manos en su regazo, en ese momento le vio las esposas.
-!Ana¡
Aquella voz resonó como un lamento, se incorporó para abrazarla, pero dos manos como zarpas lo detuvieron.
Besó a su madre y la abrazó con fuerza, los dos lloraron, pero Ana estaba ausente, como una pavesa, su mirada perdida, sin vida, aquellos ojos grises estaban secos.
La miro detenidamente, como si quisiera grabar su imagen en su cerebro para siempre, dos goterones rodaron por sus mejillas, su cabeza estaba a punto de estallar. Impotente ante aquella injusticia, tuvo que dominarse para no defender con sus fuertes puños a la mujer que el quería más que a nada en el mundo.
Pero ella estaba ausente a todo lo que la rodeaba, su mirada baja y su cuerpo encorvado, como si quisiera reducirse a nada.
Salió a la calle y en la cera de enfrente se paro, vio salir el féretro a hombros de los amigos y familiares del padre de Ana.
Desde allí le dijo adiós, pero no lo siguió, esperaría a Ana pensaba que no tardaría en salir, al final de la calle un furgón la esperaba.
A los pocos minutos salía Ana escoltada y esposada como una asesina.
La miró con intensidad, pero ella no levanto su mirada, tenía la sensación que estaba muerta, al menos su corazón no tenía vida.
Cuado pasó junto a él le grito con una voz desgarrada.
-Ana mi dulce Ana.
Solo una fugaz y triste mirada, como si no lo conociera.
Se fue a su casa y no vio a su mujer que estaba en la puerta, fue a su habitación, se echó de bruce en la cama y lloró, lloró a grito con el alma desgarrada.
Carmen lo contempló desde la puerta y lo acompañó en su duelo, pero su dolor era por otra causa.
Le dolía ver a su marido y padre de sus hijos sufrir de aquella forma por otra mujer, que para ella era un fantasma.
Camilo era el amor de su vida, siempre lo había querido, era tan guapo, tenía un cuerpo atlético, alto, moreno azache, con ojos negros como las moras, con un pelo negro y abundante que le caían los mechones por su amplia frente. Le dolía en el alma verlo sufrir, ese sufrimiento sin esperanza, pero a él eso no le cabía en la cabeza.
Pasadas unas largas horas, Carmen lo abordo.
-Camilo, Camilo ¿Quieres un baso de leche?
-No, Carmen no me apetece nada.
Cuando se tranquilizó le contó a Carmen que había visto a Ana y en las condiciones que estaba.
Carmen abrazó a su marido y lo consoló como pudo.


Los años pasaron sin noticia de Ana, un día le dijo a Carmen.
-Carmen he pensado que el domingo podía ir a la ciudad.
-¿Que vas hacer en la ciudad?
-A la cárcel haber si me dejan ver a Ana, ahora las cosas han cambiado, he escuchado que dejan pasar a los familiares para verles.
-Pero tú no eres de su familia.
-Ya lo sé, pero al menos le podía llevar algo de comida ,o al menos sabe si está viva.
-Como tu quieras Camilo, pero te vas a llevar otro disgusto.
-Lo voy a intentar Carmen, con lo que me han dicho que dejan pasar para ver a los presos, no me puedo quedar pasivo, ella ya no tiene a nadie aquí los padres han muerto, y los hermanos han emigrado.
-Te imaginas, si está bien debe pensar que nos hemos olvidado de ella.
-¿Que le quieres llevar?
-Un poco de embutido, una pastilla de chocolate, algo que seguro allí no le darán, y cómprele un botecito de colonia, eso le hará ilusión, “siempre olía tan bien” pobre Ana.
De buena mañana, el domingo, cogió el autobús y partió para la ciudad.
Con un pequeño bolso, guardo como si fuera un tesoro, llegó a la ciudad, preguntó por la cárcel, no sabía donde se encontraba, iba ansioso por encontrarla.
Al llegar a la puerta tuvo que respirar hondo, para tranquilizarse, el corazón le galopaba en el pecho.
El la puerta de la cárcel había un guardia, Camilo se dirigió a él.
-Buenos días ¿podría pasar a ver a Ana?
-¿Qué Ana? No creo que aquí haya solo una Ana.
-Perdone, Ana Marque.
-De me su documentación.
-Camilo saco su cartera y le dio su carne de identidad.
El guardia lo examinó con detenimiento.
-Pero usted no es familia directa de la reclusa.
-No, pero es una conocida desde hace muchos años.
-Lo siento joven, pero solo se admiten visita a los familiares.
A Camilo se le cayó el corazón a los pies.
-Siendo así, ¿Le podría entregar este bolso?
- ¿Quién le digo que se lo manda?
-De parte de Camilo
-¿Qué Camilo?
El guardia se impacienta.
Camilo Casas.
- Bueno ya sabe que esto será revisado por los guardias, si todo está en regla, lo recibirá en unas horas.
-Gracias, muchas gracias.
Con gran disgusto se fue para la parada del autobús, tardaría una horas en salir para el pueblo.
Llegó al cae la tarde, Carmen lo estaba esperando, como siempre con la amabilidad que la caracterizaba.
-¿Cómo ha ido Camilo?
-Mal Carmen, no me han dejado verla.
-¿Pero le habrás dejado las cosas?
-Sí, para eso no me han puesto objeción, otra cosa es que le llegue.
-Sí, dicen que sí que las cosas le llegan, pero lo malo es que no te dejen entrar, no has podido verla.
-Bueno al menos lo he intentado.
-Claro, eso te va a tranquilizar, ya veras.
-Sí, Carmen, gracias por ser tal comprensiva.
-Siempre trato de ayudarte, nada más.

lunes, 1 de noviembre de 2010

FRASES QUE HUYEN

Los árboles languidecen, lloran.
Le molesta la lluvia ácida.
¡Agua limpia! Claman.
Pero nadie le escucha.
Siguen ensuciando el aire.
Humos basuras. ¡Que horror!
Nuestro planeta está enfermo.
Su dolor nos llega a todos.
Los culpables ríen “pobre ignorante”
Que ilusos. ¿Qué piensan emigrar a Marte?
Quizás emigraran a la madre tierra, precozmente.
Ahora la han tomado con el tabaco.
Prohibir, prohibir, que fea palabra.
Ya ves perjudica el humo, dicen.
Es para reír, o mejor llorar.
Humo, el de los coches, ¿Y las fábricas?
Yo no estoy a favor del tabaco.
Pero esto me parece una burla.
No voy a dar soluciones, para qué.
Nadie las iba a escuchar.
Ellos ya lo saben, pero no les interesa.
Están llenando sus arcas.
Las quieren bien repletas.
Pero el tiempo se agota.
Prefieren hacer caso omiso.
Mientras tanto los mares agonizan.
Y la tierra lucha por defenderse.
Haber si pronto recapacitan.
Antes que sea demasiado tarde.
Hay que confiar.
No perdamos la esperanza.

Manuela Llera Ramos

lunes, 25 de octubre de 2010

FRASES QUE HUYEN

Los árboles languidecen, lloran.
Le molesta la lluvia ácida.
¡Agua limpia! Claman.
Pero nadie le escucha.
Siguen ensuciando el aire.
Humos basuras. ¡Que horror!
Nuestro planeta está enfermo.
Su dolor nos llega a todos.
Los culpables ríen “pobres ignorantes”
Que ilusos. ¿Qué piensan emigrar a Marte?
Quizás emigraran a la madre tierra,
precozmente.
Ahora la han tomado con el tabaco.
Prohibir, prohibir, que fea palabra.
Ya ves perjudica el humo, dicen.
Es para reír, o mejor llorar.
Humo, el de los coches, ¿Y las fábricas?
Yo no estoy a favor del tabaco.
Pero esto me parece una burla.
No voy a dar soluciones, para qué.
Nadie las iba a escuchar.
Ellos ya lo saben, pero no les interesa.
Están llenando sus arcas.
Las quieren bien repletas.
Pero el tiempo se agota.
Prefieren hacer caso omiso.
Mientras tanto los mares agonizan.
Y la tierra lucha por defenderse.
Haber si pronto recapacitan.
Antes que sea demasiado tarde.
Hay que confiar.
No perdamos la esperanza.


Manuela Llera Ramos