LA
LOBA
A allá por los años setenta, una
mujer luchadora de las muchas que, por aquella época abundaban, porque la mujer
sumisa empezaba a rebelarse ante la injusticia que circulaba por aquella
sociedad: arcaica y machista.
La Loba,
es como la llamaban sus amigos muy cariñosamente, por su fuerza, su eficacia, su
constancia, y su forma de luchar por todo lo que quería. Había estudiado y
preparado para desempeñar cualquier trabajo que se cruzara en su camino. Pero no
valía para aquella época la preparación, y la competencia, si eras una fémina,
ante lo masculino todo sobraba.
La noche
llegaba pronto, era otoño y los días eran muy cortos, cada día se iba notando como
se hacía de noche casi a media tarde. La Loba, llegaba pronto a casa, después
de una dura jornada de trabajo. Allí la esperaba como siempre la tarea más pesada,
pero la más agradable.
Sus tres
hijos la esperaban con los brazos abiertos, eso la colmaba de una satisfacción
enorme, pero era duro, estaba sola; no tenía a su marido, se había ido cundo más
lo necesitaba. Tenía a su madre, pero era muy mayor, recogía a los niños del
colegio, pero solo se los cuidaba hasta que ella volvía, estaba muy enferma y
la pobre mujer, sacaba la fuerza de su propia debilidad.
La Loba podía con todo, era joven, esa
era la base fundamental, tenía salud y mucha fuerza para poder llevar a cabo su
gran carga.
No era
una mujer guapa, pero sí sumamente elegante: alta, delgada, con una figura envidiable,
la cara angulosa, ojos orientales, labios carnosos y una sonrisa franca que
dejaba ver unos dientes blancos y bien alineados.
Ella
cuidaba de sus cachorros y no se consideraba una loba solitaria.
La gente
más allegada le decía que era como una loba defendiendo a sus cachorros. Ella
reía y siempre decía lo mismo. “Son mis hijos”
Cuando aquella noche terminó con todas las tareas
de siempre, se fue a la cama cansada, tenía que madrugar, era de noche aún,
cuando salía de casa. Cuando toco el despertador estaba inmersa en una gran
pesadilla, desde que su marido había desaparecido era muy rara la noche que no tenía
pesadillas. Se tiró de la cama y se preparó minuciosamente, a ella le gustaba
dar buena impresión allá donde fuera.
Una
preocupación la azotaba, su pobre madre le tocaba levantar a los niños y
prepararlos para después llevarlos al colegio. Estaba más tranquila porque los
dos mayores ya casi se defendían por si solos, pero aun necesitaban a alguien
que estuviera por ellos y si se peleaban era agobiante.
Salió al rellano de la escalera, estaba semi
oscura, sólo entraba una tenue luz a través de la pequeña ventana, de las
farolas de calle. En el segundo piso oyó un ruido extraño, se paró en seco y miró
con cautela. Había dos personas que arrastraban un bulto enorme, “podría ser una
persona “, pensó.
Los que
arrastraban el enorme bulto eran un hombre y una mujer, o dos hombres de
diferente estatura. Llevaban pasamontañas y era muy difícil identificarlos.
Estaba
claro que aquello no era trigo limpio, en un descuido uno de los individuos la
vio. A la Loba le temblaban las piernas, estaba perdida, en ese momento
comprendió que estaba en peligro, ella y quizás hasta sus hijos, la sola idea la
hizo temblar. Se armó de valor y pasó junto a ellos con toda naturalidad, pero
a los pocos peldaños una voz bronca le dijo como una sentencia. De lo que has
podido ver aquí, ni mus, o atente a las consecuencias. Era una voz distorsionada,
aun así, le pareció familiar, claro, no era extraño era una pareja con la que
se había cruzado en la escalera muchas veces.
La Loba voló
escaleras abajo, mientras un sudor frío le corría todo el cuerpo.
Corrió por
la acera de la calle, ni se paró a entrar en el garaje para coger el coche,
suerte que el trabajo no le quedaba muy lejos. De vez en cuando miraba hacia tras,
chocando con los viandantes que venían en sentido contrario.
El aire de la mañana le refrescaba la
cara y despejaba sus sentidos.
Pero era
inevitable pensar en aquel paquete enorme. “Sería un asesinato, pero si en el
segundo piso vivía un matrimonio joven, recién casados, que siempre que te cruzabas
con ellos en la escalera se estaban haciendo arrumacos…
Llegó
al trabajo y entró como una bala, no le apetecía hablar con nadie. Entró en su
oficina, se sentó detrás de la mesa de su despacho, una nota bien visible llamó
su atención, desdoblo el papel y la leyó con inquietud.
“Lo que vistes
no es lo que parece, pero si tratas de denunciar te vas a arrepentir toda tu
vida, te daremos donde más te pueda doler”
Cerró la
nota y en ese momento la hubiese quemado, pero la guardó a buen recaudo, quizás
en el futuro la podía necesitar.
No entendía
como aquella nota pudo llegar antes que ella. Indudablemente que sabían bien
donde trabajaba, ella había ido directa, no se había parado con nadie. No cabía
duda solo si habían ido en coche podía entender que hubiese llegado antes que
ella.
No lograba
concentrarse en el trabajo, sólo pensaba en el voluminoso paquete, era negro
como si fuera una gran bolsa de plástico, y en un extremo se apreciaba como una
cabeza… ya le cabía duda, se trataba de un cadáver. ¿Pero de quién? “A lo mejor
venían del piso de arriba... no, no podía ser, en el piso de arriba vivía ella,
también podían bajar del terrado, había una gran terraza comunitaria”.
Se
prometió no pensar más en aquello que tanto la atormentaba. Bajo al comedor y
se sacó un café de la máquina, una compañera la abordo y le hizo una observación,
mirándola a los ojos. Le dijo que la encontraba rara y ella la esquivó muy cortésmente,
eso sí, de forma muy educada, como era ella, así como hermética, su vida era
suya.
Cuando
terminó su jornada de trabajo salió disparada para su casa, los niños la
esperaban y su madre también.
Cruzó la
calle sin mirar, un coche le pitó con insistencia, “un día tendré susto” se
dijo. Antes de llegar a su casa, no pudo evitar volver a pensar en el bulto que
arrastraban aquellos energúmenos, la obsesionaba la idea de que fuera una
persona muerta, si ella callaba, quizás seguirían matando a diestro y siniestro.
La sola idea la atormentaba. Se lo diría a su madre, ella era una tumba si se
lo pedía. Se acordaba de su marido, él le daría una rápida solución. Ya hacía
dos meses de su desaparición. ¿Dónde estaría? se preguntaba tantas veces. Un día
desapareció, se despidió de ella y de los niños con un beso como hacía siempre
antes de irse al trabajo, y nunca más se supo. Ella sabía que no se había ido
por su propia voluntad, de eso no tenía duda, pero ¿Dónde estaba? De secuestro
nada de nada, eran más pobres que las ratas, sólo su trabajo y tres hijos, a veces
pensaba que pudiera llevar una doble vida, pero nunca le había dado un motivo
para tener la más mínima sospecha. ¿Pero que habría sido de él?
Había ido varias veces a la policía después
de poner la denuncia de su desaparición, y siempre le decían que estaban en
ello, pero ella estaba perdiendo toda la poca esperanza que le quedaba.
Se había
ido a la cama temprano, pero no conseguía quedarse dormida dándole vueltas al
tema que la traumatizaba.
La voz de
su madre resonó en sus oídos.
-Hace un
rato que toco el despertador ¿No piensas ir hoy al trabajo?
Se abrazó
a su madre y rompió a llorar. _Mama tengo un gran problema_
En pocas palabras
contó a su madre en el lio en el que estaba metida. La pobre mujer no salía de
su asombro.
Después de
pensarlo detenidamente la madre le dijo:
-Tenemos que
marcharnos de esta ciudad.
-Pero qué
dices mamá, aquí tengo mi trabajo, el colegio de mis hijos, un cumulo de cosas
que es imposible dejar.
-Pero hija,
no ves que tus hijos están en peligro.
-No si yo
cierro la boca, ya me lo advirtieron.
-No
tienes que cerrar la boca, eso lo tienes que denunciar en comisaría, la policía
ya hará su trabajo, pero tenemos que marchar de aquí.
No te
preocupes por los gastos extraordinarios que puedan surgir, tu sabes que yo
tengo mis ahorros de toda mi vida, sería una forma de darle curso.
-No sé
mamá tengo mucho miedo por mis hijos. ¿Dónde estará su padre?
¿Tú crees
que pudiera ser su cadáver el que arrastraban?
-Claro
que me ha pasado por la cabeza, pero no encuentro una razón. Mi marido no tenía
ningún tipo de relación con esa gente, al menos que yo supiera.
-Pero eso
es imposible de saberlo, lo que está claro es que aquello no era normal, y
luego las amenazas que has recibido auguran algo trágico.
-Pero
mamá si salían del segundo piso, esa pareja está recién casados. ¿Qué problemas
podían tener? -Eso nunca se sabe y no tan recién casados ya llevan viviendo aquí
unos cuantos años, por cierto, hace varios días que no veo al marido, siempre
iban tan acaramelados…
Se preparó rápida, era tarde, nunca solía
llegar tarde al trabajo, pero hoy haría una excepción, cosa que no le gustaba
en absoluto.
Saco su coche
del garaje y salió disparada calle abajo.
Diez minutos
pasaban de su hora de entrada, pero por suerte pasó inadvertida, sin que nadie
pudiera ver que había llegado tarde.
Trabajó
más calmada desempeñando su trabajo rápida y eficaz como hacía siempre.
A su
regreso a casa subió la escalera, le venía bien hacer un poco de ejercicio ya
que llevaba muchas horas sentada. Al pasar por el segundo piso se paró un momento
se oía una música rara, parecía música árabe. Le pareció raro, pero siguió su
camino, tenía el miedo en el cuerpo y eso que se había tranquilizado bastante
desde que se lo había contado a su madre.
Llamó a
la puerta, siempre lo hacía a pesar de que llevaba sus llaves, pero no quería
sobresaltar a su madre.
Automáticamente
contó a su madre lo que había escuchado en el segundo piso.
-No sé hija,
ya te dije ayer que hacía tiempo que no veo al marido, siempre va sola, sin embargo,
cuando estoy en el baño, a veces escucho la voz de un hombre.
-La
verdad, mamá, a mi no me han vuelto a mandar anónimos, esperaremos unos días a
ver qué pasa, es cierto que a mi me supone un gran trastorno cambiar toda mi vida
a otro lugar, por otra parte, yo tengo la esperanza que un día vuelva mi marido.
-La
verdad es que su desaparición da qué pensar, si le hubiese pasado algo malo ya se
sabría, han pasado dos meses.
-Ya basta
de chachara mamá, voy a bañar a los niños y a preparar la cena.
Al día
siguiente muy de buena mañana comenzaba la rutina, estaba cansada física y moralmente.
Bajó la escalera y se volvió a parar un instante en el segundo piso, pero esta
vez no se escuchaba nada. Al salir del portal coincidió con la vecina del bajo.
Después de saludarse ésta le dijo. ¿-Ya sabes que tenemos nuevos vecinos? -No,
no sé nada. -Se han ido los del segundo y han venido unos nuevos vecinos, por
lo visto son árabes.
Eso la
llenó de una gran alegría ya que todo el problema se le quitaría de un plumazo,
pero por otra parte aquel misterio quedaría sin resolver y ella estaba convencida
que lo que había visto no era nada bueno.
De camino
al trabajo fue dándole vueltas a la cabeza. Era raro que aquella pareja se
hubiese marchado de la noche a la mañana, cada vez estaba más convencida que
aquello que trasportaban era un cadáver: “¿sería el de mi marido?” Pensó, y se
aceleró el corazón, su marido era muy dado a la broma, siempre que estaban entre
amigos solía decir: “tenemos una vecina que está potable”, “y si alguien le
había ido con el cuento y el marido y ella lo habían acechado y se lo habían
cargado”. Sólo de pensarlo le daban escalofríos. Lo que estaba claro es que su
marido había desaparecido sin dejar huella.
Hacia días que no miraba el buzón, temía encontrar
alguna otra amenaza que le hubiesen dejado antes de marcharse. Lo miraría a la
vuelta del trabajo.
La calle
estaba concurrida a aquellas horas de la mañana, la gente acudía a su trabajo
era una hora punta. A veces se sentía observada, algunos hombres la miraban,
ella se daba cuenta de que no pasaba desapercibida era una mujer muy joven y con
un porte muy especial. Pero ella seguía enamorada de su marido o al menos era
lo que pensaba.
En el
trabajo estaba muy bien considerada, se sentía integrada y feliz.
Había tenido
un día agotador, pero estaba tranquila, eso ya era un gran triunfo después de
lo que llevaba pasado desde que había desaparecido su marido.
Al salir
a la calle un frío gélido la azotó, no iba suficientemente abrigada para aquel
frío, es lo que tiene el otoño, esos cambios tan bruscos de temperatura te
pueden coger muy desprevenida.
Al llegar
al portal de su casa, recordó mirar el buzón, había una carta muy extraña de
color marrón oscuro. Le temblaban las manos, pero logró abrirla, sólo contenía
una nota muy escueta: ¡Cuida de los niños!
El corazón
le golpeaba en el pecho, aquello no lo podía entender, qué interés podía tener
por sus hijos, qué podía importarle su cuidado, claro que los cuidaría, eran
sus hijos, era algo que no le cuadraba. Corrió escaleras arriba para contárselo
a su madre. En el segundo piso seguía la música árabe.
Picó a su
puerta y le abrió su hijo mayor, lo beso y le preguntó por la abuela, la encontró
en su dormitorio echada en la cama:
-mamá, ¿te
encuentras bien? – Sí hija solo estaba descansando un rato.
Saco la
nota y se la mostró a su madre, ésta la miro con atención.
¿-Qué quiere
decir esto? ¿-A ti que te parece mamá?
La madre
no salía de su asombro, pero por otro lado estaba tranquila, mucho más
tranquila, pensando que habían desaparecido. Sí que era extraña aquella recomendación,
qué podía importar a ellos los niños, quizás fuera una advertencia para
recordarle que mantuviera la boca cerrada.
-De toda forma
yo había pensado preguntar a los nuevos inquilinos, a ver si conocían su nueva
residencia, pero si lo que pretendían era desaparecer, que sentido tenía quedar
constancia de su nuevo domicilio.
-Claro
hija no tiene sentido.
Después
de preparar la cena y bañar a sus niños bajó la basura, era la última faena de
toda su jornada de trabajo. Al lado del contenedor de la basura había una bolsa
de ropa usada, la miró y quedó helada, una camisa de su marido quedaba al descubierto,
no salía de su asombro. En ese momento un chico dejo otras dos bolsas de ropa,
la miró y al verla sorprendida le dijo, son cosas que han dejado los inquilinos
que marcharon.
¿Puedes describírmelos?
¿Al menos a él? Le temblaba la voz al hacer aquella pregunta que podía albergar
muchas respuestas.
El chico
muy amable le dijo:
-claro,
por curiosidad le hice una foto cuando marcharon, sin que ellos lo vieran,
claro, ya sabes cosas que hacemos a veces que en realidad no están bien.
Sacó el móvil, después de manipularlo con minuciosidad
le mostró la foto. El chico la sujetó en el aire, de no ser así, habría caído
al suelo.
Su marido
aparecía en la foto llevando cogida de la cintura a la vecina del segundo. Sólo
se le veían de espalda, pero para ella no hacía falta más, era suficiente para
saber que aquel energúmeno era su marido. Cuando pudo recuperar la conciencia,
llego a una conclusión.
El paquete
negro que arrastraban aquella madrugada no era su marido si no el marido de la
vecina y por supuesto los asesinos eran la vecina y su mismo marido. Lastima de
las lágrimas que derrame por él, se dijo.
Manuela
Llera Ramos 4 - 4 – 2021
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