CUENTO INFANTIL
El colegio estaba ubicado en la ladera de una montaña, desde donde se podían contemplar unas puestas de sol inigualables, a pesar de que la montaña de Montserrat se interponía con su majestuosa altura. Contaba con una zona vasta y ajardinada, que le hacía atractivo y hospitalario.
Era un colegio grande y bien equipado, con zona deportiva, piscina y un magnifico gimnasio.
Había aulas habilitadas para niños y niñas de todas las edades.
A una de las clases, asistía un niño muy especial llamado Elio. Era muy débil, estaba muy delgadito y apenas podía jugar.
Los compañeros de clase lo rechazaban y si alguna vez él intentaba jugar, rápidamente lo apartaban y le decían:
- ¡Tu no vales!
Él, en silencio, se apartaba y siempre andaba dando vueltas por el patio cabizbajo, triste y solo.
Un día el profesor salió de la clase y se ausentó un largo tiempo. Todos los niños, en su ausencia, aprovechaban para mofarse del pobre Elio. Él, como siempre, callaba y, muy triste, seguía con sus deberes Era muy aplicado y siempre en los exámenes era el mejor de la clase. Por ese motivo también le tenían manía, o envidia, porque ellos eran incapaces de seguir la clase como él.
Cuando regresó el profesor, miró la mesa, empezó a remover unos papeles, como si buscara algo entre ellos. Se le veía nervioso.
Con muy mala cara miró a los niños y les dijo:
-¿Alguno de vosotros ha cogido de mi mesa unas monedas? Yo las había dejado aquí.
-¿Quién de vosotros ha sido?
Todos los niños callaron.
-Bueno puesto que nadie se declara culpable, me veré obligado a castigar a toda la clase. Pero primero os daré una oportunidad.
Ahora colgaré de la silla esta bolsa, caminaréis en fila india, el que las haya cogido las puede depositar en la bolsa.
Así nadie sabrá quien ha sido. Si no aparecen, me veré obligado a tomar medidas drásticas.
Al terminar miró la bolsa, naturalmente ésta estaba vacía.
-Bueno ¡vosotros lo habéis querido!
Uno a uno portaréis un cartel a la espalda que yo mismo escribiré, en el que ponga algo ofensivo.
Un niño, que le tenía mucho odio a Elio, lo apuntó con el dedo índice y dijo:
-¡Ha sido él!
Toda la clase gritó.
-¡Sí ha sido él!
Elio lloraba sumiso, como siempre.
El profesor lo miró sorprendido y le preguntó:
-Elio dime la verdad, ¿has sido tú?
Elio, cabizbajo, asintió con la cabeza.
El profesor sentenció muy seriamente:
-Ahora saldremos al patio y llevarás un cartel en tu espalda, en el que ponga “¡Soy un ladrón!”
Los compañeros aplaudieron muy cruelmente.
En la cara del profesor se denotaba una gran tristeza.
Él apreciaba a Elio porque era un buen alumno, prudente y muy inteligente.
Salieron al patio y el pobre Elio iba sumiso y silencioso, como siempre. Con el cartel a la espalda, dio varias vueltas al patio con los compañeros detrás vociferando:
-¡Ladrón, ladrón, ladrón!
Al profesor se le saltaban las lágrimas, pero no tenía más remedio que dar ejemplo, por más que le pesara.
Cuando volvieron a clase y el profesor quitó el cartel de la espalda de Elio, éste cayó desmayado al suelo. Era tan débil que no pudo soportar tanta presión.
Todo volvió a la normalidad. Ya habían retomado la clase cuando hizo acto de presencia la señora de la limpieza, quien se dirigió al profesor y le dijo:
-En el cajón de la mesa le guardé unas monedas que había dejado entre los papeles.
-¡Oh! -Una exclamación resonó en toda la clase.
Los niños se pusieron en pie. El profesor, atónito, no sabía que decir, se había quedado sin palabras. Ya más sereno le preguntó a Elio:
-Vamos a ver, Elio, ¿por qué te has autoinculpado de algo que no habías hecho?
El niño, casi sin palabras, acertó a decir:
-Es que,… para que castigara a toda la clase he preferido sufrirlo yo.
Un aplauso atronador estalló en la clase.
El profesor muy serio y pesaroso le dijo:
- Elio, ven para acá, -lo situó delante de su mesa y les dijo a los niños:
-Iréis pasando de uno en uno, le pediréis perdón y le daréis un gran abrazo. El último se lo daré yo.
Desde ese momento todos los niños querían jugar con Elio, convirtiéndose en el protagonista en todos los juegos.
Manuela
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