CUANDO MUERE LA RAZÓN
Caminaba despacio y pensativo, el camino era angosto y
solitario, las hojas de los árboles se activaban sacudidas por la fuerza del
viento.
Iba cabizbajo, cansado, su
mente enferma le castigaba enormemente.
Hoy le preocupaba el cielo,
amenazaba tormenta, estaba lejos de sus aposentos e iba desprovisto de ropa
adecuada para cobijarse de la lluvia.
Cualquier cosa era para él un
motivo de preocupación, él era su propio enemigo, en su mente, no existía la
razón.
Se encontraba sólo, aunque
estuviera rodeado de gente, es más, la gente le atormentaba, por eso siempre
buscaba la más estricta soledad.
Esta vez había escogido la
soledad de la montaña, por sus angostos senderos rara vez se podía encontrar
con algún transeúnte.
Era otoño, los árboles lucían
su amarillento manto, todo acusaba un deterioro, los tristes arbustos ofrecían
sus últimos frutos embebidos por el feroz calor del largo verano.
Llevaba mucho tiempo
caminando, el cielo empezaba a oscurecerse, los murciélagos ya se divisaban en
el cielo sacudidos por la velocidad que les caracteriza, buscando su sustento
en su veloz carrera.
Miró para arriba y dio la
vuelta, debió darse cuenta que la noche caía implacable.
Llegando a su calle, empezaba
a caer gruesos goterones. Se cobijó en el portal de una casa que en ese momento
estaba abierta.
Por un momento pensó que tenía
que regresar a casa, pero eso le aterrorizaba no tenía ganas de hablar con
nadie y menos con su mujer, era una mujer súper habladora cosa que a él le
molestaba enormemente.
Pensó pasar por la plaza, a lo
mejor su amigo Pascual estaría sentado en el banco que quedaba debajo de los
soportales, era el único amigo que no le molestaba en exceso, siempre le
contaba historias de cuando hizo el servicio militar, se sabía de memoria, “se
las había contado tantas veces” pero eran graciosas, por muchas veces que se
las contara siempre lograba arrancarle una débil sonrisa.
Se asomó a la calle y ya había
cesado la lluvia, miró al cielo y este, empezaba a despejarse.
Al llegar a la plaza, estaba
desierta, eso le molestó porque no le quedaba otro recurso que volver a su casa
junto a su mujer.
Y no es que ella fuera una
mala mujer, no, eso no, lo que pasa es que nunca la había querido, al menos
como ella le había querido a él. También es verdad que, aunque no estuviera
enamorado de ella siempre la había tratado bien, eso era otra cosa, había cumplido
con sus obligaciones de buen marido, pero el amor verdadero, eso era otra cosa,
él lo sabía bien desgraciadamente.
En el fondo de su corazón solo
un nombre existía, Ana, su dulce Ana, con tantos años pasados y en su corazón
archivaba sus más vivos recuerdos.
Por un momento su mente se
trasladó al pasado.
II
Ana, mi dulce Ana, era como siempre la recordaba.
La veía paseando por el
parque, allí se reunían, se cogían de las manos y se miraban a los ojos.
Aquellos ojos grises que el miró tantas veces, ella siempre le dedicaba aquella
abierta sonrisa, parecía que le quisiera agradecer la fijeza de su persistente
mirada.
Siempre unidos por la
complicidad de aquel eterno amor. Eso era lo que ellos pensaban, por eso se
cogían de las manos y corrían, jugaban, y sobre todo se reían, reían
incansablemente, hasta que llegaba la hora de la despedida, entonces se fundían
en un sano abrazo, y conjuntamente decían un ¡hasta mañana!
Él vivía de aquellos recuerdos
ya tan lejanos, pero eso lo mantenía de alguna forma con ganas de vivir: para
seguir recordándola.
Por aquella fecha contaban
pocos años no sobrepasaban los veinte, ella un año mayor, quizás ni eso, unos
meses, pero ellos eran felices, ella era muy menudita no era baja de estatura,
pero era frágil como una pavesa. Tenía una melena larga, de un rubio color de
miel toda llena de tizos que caían en cascada por su espalda.
Una tarde de verano Ana no
acudió a la cita, él la esperó hasta bien entrada la noche, tenía el corazón
encogido, no era normal aquella ausencia, pensó: “estaría enferma” el corazón
galopaba en su pecho. Pensó volver a casa a ver si por el camino se encontraba
con algún conocido que le pudiera dar noticias de ella.
Iba cabizbajo, silencioso,
sumergido en sus pensamientos. Al volver la esquina se cruzó con un vecino de
Ana, antes que el le preguntara este le dijo.
- ¿Ya sabes la noticia?
-No. ¿Qué noticia?
-Mira, por aquí se escucha que
Ana ha desaparecido.
- ¿Cómo que ha desaparecido?
-Dicen que se la llevaron a declarar, ya
sabes, como ella fue una de las que dispersaron propaganda subversiva.
-Pero qué importancia tiene
eso, no le han hecho mal a nadie.
-Sí, pero tú ya sabes cómo
están las cosas, lo rebuscan todo y por la más mínima se llevan a la gente, y
parece que se las haya tragado la tierra.
Un escalofrío le cruzó la
columna vertebral, es como si una lanza se la hubiese atravesado, ¿era verdad
lo que estaba diciendo? pero él ya no quería saber más, un dolor inmenso le
oprimía la garganta.
Se marcho sin decir nada, no
podía articular palabra.
Desde aquel fatídico día, su
corazón estaba enfermo de dolor.
Pero a pesar de eso su
recuerdo lo acompañaría hasta el día de su muerte.
III
Por fin decidió volver a su casa,
con un poco de suerte, quizá lo estuviera esperando su amigo Blas, a su amigo
le gustaba charlar con su mujer, a los dos le gustaba hablar, se tiraban horas
contándose largos relatos, hacían buenas ligas, eran amigos desde hacía muchos
años, cuando vivía su mujer, siempre salían juntos, ellas eran buenas amigas.
Al abrir la puerta ya oyó el
murmullo de la conversación, nunca había sentido celos de Blas, eso no, era un
buen amigo y su mujer una mujer fiel, aparte, los celos él creía que iban muy
unidos al amor.
Ahora los saludaría, esperaba
que la charla no se alargara o, se le ocurrieran jugar a las cartas, los dos
eran bastante aficionados, pero a él le aburría enormemente, prefería irse a su
habitación y allí en silencio, seguir con sus pensamientos, esos que tan feliz
y a la vez desgraciado le hacían.
Su amigo se marchó ya muy
entrada la noche.
Cenaron en silencio como
siempre, el solía cenar muy poco, era un hombre frágil, bastante delgado, comía
despacio y muy poca cosa, con los años había cambiado, de joven era muy
diferente.
Después de la cena pasaron un
momento al salón, pero él paró poco, se disculpó y marchó para su habitación.
Por un momento pensó en su
mujer, pobre mujer, nunca pedía nada, sumisa ante todo lo que él le quería dar.
La recordaba de joven, era una
mujer hermosa, sus amigos le envidiaban, pero él no fue el que se fijó en ella,
no, él no se fijaba en ninguna mujer, ella era guapa y buena chica, al final
sus esperanzas estaban perdidas.
Por eso se propuso quererla y
lo consiguió, aunque de muy diferente manera a la que había querido a Ana.
En la soledad de su
habitación, sus recuerdos volvieron atormentarle.
IV
Después de aquella mala
noticia que le diera el vecino de Ana, pasó mucho tiempo sin saber de ella, así
eran las cosas por aquella época, todo hermetismo, pero bajo cuerda siempre se
oían cosas, claro que, de ella, nada por más que preguntaba.
Pasaron unos meses desde que
había desaparecido, un día se cruzó en la calle con su prima Mary los dos
quedaron un momento sin articular palabra, no la había visto desde hacía
tiempo.
- ¿Has sabido de Ana?
-No, nada ya ves es como si no
hubiese existido, sus padres están deshechos, ya no me atrevo ir a visitarles
porque cuando me ven se deshacen en lágrimas, yo me uno a ellos en ese gran
dolor que nos invade.
-Mira, no hagas comentarios, tú
sabes que las cosas están muy mal, pero se dice que está en la cárcel en la
ciudad.
-Pero si ella no ha hecho
nada, si es una cría lo más santo y más puro que existe.
-Sí, pero no olvides que
difundió propaganda subversiva, fue una de las que se dejó ver, claro era tan
joven, nadie pensaba lo que se nos avecinaba, la prueba la tienes que están
desaparecidas todas, las que no eran, y las que eran, casi unas niñas.
- ¿Qué podemos hacer? Yo me
siento impotente Mary.
-Ya lo sé, pero es lo que hay
y no se puede ni hablar, porque no sabes quién te escucha, la gente se cambia
de chaqueta, los que antes eran del otro bando hoy son de este, esto es una
guerra ya lo sabemos bien.
V
Al día siguiente se despertó
muy temprano, con gran sigilo se levantó para no despertar a su mujer, desde
que se había jubilado hacía poco más de un año se levantaba pronto, tenía
adquirida la hora de tantos años, y no
podía parar en la cama.
Después de su aseo personal se
iba a dar un largo paseo, como siempre en solitario.
Hoy pensó dar una vuelta por
la plaza, a esa hora estaría desierta, pero se equivocó su amigo Pascual se
encontraba sentado en un banco, lo llamó y le hizo seña para que se sentara a
su lado.
No rehuyó, aunque en aquel
momento no le apetecía escuchar historias de la mili.
-¿Qué te parece si nos vamos a
tomar unos churros con café?
-Bueno, pero se me va hacer
tarde, me he levantado con cuidado para no despertar a Carmen y no le he podido
decir nada.
-No te preocupes, ella sabe
que te gusta pasear de buena mañana.
-Sí, pero no suelo tardar
mucho, así que vamos rápido a ver si para las diez ya puedo estar en casa.
-No tardaremos, vamos aquí
cerca, a casa de Fausto los hace muy buenos.
Se sentaron en una mesa uno
enfrente del otro, Pascual lo miró a los ojos.
-Pareces triste, claro en ti
no es extraño siempre estas perdido en ese tu mundo que te atormenta.
-No, esos son figuraciones tuyas.
-Tú sabes que hace años que
nos conocemos, en más de una ocasión me has contado algunas cosas, que, aunque
no lo comprendo, tú sabes que siempre trato de ayudarte a ver las cosas con una
realidad racional.
-Bueno lo vamos a dejar, de
eso hace tantos años.
-Claro que hace muchos años,
es eso lo que yo quisiera hacerte comprender, pero tienes días que no razonas.
Quedo pensativo como casi
siempre, su mente se le fue al pasado.
VI
Ya llevaba casado unos años,
cuando por casualidad se encontró con
el padre de Ana, como siempre
el buen señor se echó a llorar.
- ¿Han sabido algo de su
hija?
-Con credibilidad nada, pero el otro día me
dijo un amigo que habían cogido a un fugitivo en la sierra, dicen que comenta
que había visto a unas chicas que mal vivían en una cueva escondidas, dice que
sobrevivían con lo que encuentran en el campo. Están desprovistas de ropa ya
que las que se llevaron estaban haraposas.
- ¿Pero ¿cómo van a sobrevivir
en esas lamentables condiciones?
-Es lo que yo pienso, pero
nosotros no perdemos la esperanza, aunque nos duela, si es que está en esas
condiciones, preferimos pensar que está viva.
- ¿Qué le parece si fuéramos
los dos y algún otro voluntario de la familia, claro? Podemos hacer una batida
por la sierra, a lo mejor encontramos algún rastro que nos diera alguna pista.
-No es mala idea, pero. ¿Y si
nos cogen los guardias, que le podemos decir para no levantar sospechas?
-Bueno podemos decir que vamos
buscando un poco de leña seca.
-No sé, pero estoy tan
desesperado que haría cualquier cosa.
-Púes no se hable más, mañana
a las ocho en la plaza, o en el parque, donde usted quiera, a mí me da igual.
A la mañana siguiente muy
temprano salían los dos, y dos primos jovencitos de Ana.
Eligieron los caminos rurales
que no solían estar transitados por los guardias, sólo se podían encontrar con
algún vecino del pueblo, pero esos eran inofensivos, todo el pueblo sabía de la
desaparición de las chicas, y todos estaban pendiente de alguna pista que
pudiera dar una esperanza.
Caminaron durante horas sin
descanso, los jóvenes ya empezaban a cansarse, pero ellos no tenían tiempo de
pensar en el cansancio, su objetivo era andar el camino lo antes posible, era
invierno y los días cortos, no querían que le llegara la noche en plena sierra.
Por otra parte, no le había
dicho nada a Carmen, el solía ir a casa antes de anochecer, si tardaba seguro
que estaría intranquila.
Iba sumergido en sus
pensamientos, cuando el padre de Ana le preguntó.
- ¿Cómo te va en tu matrimonio?
- Carmen es una buena chica.
-Sí, es una buena mujer, pero
yo no dejo de pensar en Ana, hasta que no aparezca no descansará mi alma.
-Claro, pero eres muy joven y
tienes que rehacer tu vida, tienes que tener hijos y llevar una vida normal
como cualquier persona, mi hija está desaparecida sin esperanzas que pueda
aparecer, ha pasado mucho tiempo, demasiado, para que hayan podido sobrevivir
por estos recovecos.
-Eso es lo que yo pienso por
más que me duela.
Llegado el momento oportuno el
grupo se dispersó, de dos en dos, siguieron diferentes caminos.
Quedaron en un lugar
determinado, después de hacer un recorrido de un par de horas.
Los jóvenes fueron por un lado
y el padre de Ana y Camilo muy unidos escogieron trepar por la maleza.
Entre matorrales y rocas
buscaron con ahínco, Camilo divisó una especie de cueva, los dos se apresuraron
a ella, pero no vieron nada, la analizaros con lupa, con la ilusión de
encontrar alguna pista.
Había unas piedras grandes,
daba la sensación que habían servido en alguna ocasión de asiento, quizá para
algunos pastores o leñadores.
Vieron restos de tela como de
un vestido porque a pesar de lo sucio que estaba, se apreciaba un estampado muy
difuso.
Los dos se apresuraron a un
arroyo que habían dejado atrás en el camino.
Lo lavaron con la ilusión de
que aquel estampado le diera alguna pista, todos los vestidos de las chicas los
recordaban, el pueblo era pequeño.
-De Ana no es.
Dijo el padre con cara de
desencanto.
-Yo no recuerdo ese vestido,
por más que lo pienso, no lo recuerdo, sé positivamente que si fuera de alguna
de ellas lo recordaría.
Cabizbajos continuaron el
camino, visualizando cada cosa sospechosa que se le cruzara en el camino, pero
ni rastro de Ana.
Que triste destino solo por
participar en difundir propaganda prohibida.
VII
-Ya están aquí los churros. La
voz grave de Pascual lo saco de sus pensamientos, pero en su inconsciente aún
permanecía ausente.
-Camilo que ya están aquí los
churros.
-Ya, perdona estaba distraído.
-Bueno que buena pinta tienen
estos churros, la verdad que los hacen buenos esta gente.
-Ya te dije, son únicos en
esto y el café también es especial.
-Venga come rápido que Carmen
se va preocupar, como ya te dije no le dije nada esta mañana por no
despertarla.
Cuando llego a su casa Carmen lo esperaba con
el desayuno en la mesa, en una fuente tenía unos huevos revueltos, un zumo de
naranja, café recién hecho y una jarra de leche caliente.
- ¿Dónde has estado Camilo? Ya
me tenías preocupada.
-Ya, pero me encontré con
Pascual y se empeñó que desayunáramos churros, ya sabes lo buenos que los hacen
en la cafetería de Fausto.
¡Ay con el Pascual! como se
nota que ya no lo espera nadie en casa.
Lo siento Carmen, pero no
tengo apetito, pero no te preocupes al medio día me lo como, ahora me voy a mi
habitación, quiero descansar un poco.
VIII
Ya en su habitación volvió a
recordar el pasado.
El padre de Ana, cansado, se
sentó en una piedra.
-Lo siento Camilo, pero me
empiezan a pesar los años, ya no soy joven.
-No se preocupe descansa un
poco, yo mientras voy a bajar aquel cabezo a ver si veo algo.
Bajó saltando de piedra en
piedra, él era joven, buscaba por entre los matorrales, allí abundaban había
mucha maleza, ahora solo podía mirarlo todo con detenimiento, con el padre de
Ana era imposible, ya tenía sus años y tenía dificultad para trepar por aquel
monte bajo.
Divisó de lejos como una
pequeña cueva eran unas piedras amontonadas, pero por un lado había una pequeña
puerta, se asomó, estaba muy oscura tuvo que agacharse lo que pudo para poder
entrar, allí había unos esqueletos humanos, pero ni una pista de ropa que
pudiera reconocer, había unos recipientes, unas latas oxidadas y unos tiestos
que podían haber pertenecido a pucheros o quizás barriles.
Salió corriendo horrorizado de
lo que había visto, se alegró de que el padre de Ana no le hubiese seguido, así
se había ahorrado el mal trago que el había pasado.
El padre de Ana seguía en la
misma postura que lo había dejado, pensó que lo dejaría descansar y así el
podía seguir buscando por los matorrales.
Había recorrido bastante
terreno cuando en unas matas divisó un trozo de tela, daba la sensación que se
le hubiese enganchado alguna mujer, quizás huyendo de las patrullas que según
decían hacían los guardias.
Las imaginaba huyendo
despavoridas de los tiros o de las bombas, valla usted a saber.
A lo lejos había una ladera,
le quedaba lejos, pero apresuró el paso, cuando avanzó unos metros divisó una
choza, corrió con ahínco con la esperanza de encontrar algo que pudiera
tranquilizar su alma.
Llego casi ahogado por el
esfuerzo de la carrera. La choza era pequeña apenas podía entrar por la puerta,
cuando entro quedo impactado, había de todo, mantas, chaquetas, pucheros con
restos de comidas ya corrompidas, podía apreciar que hacía días que por allí no
pasaba nadie.
No cabía duda que allí se
habían alojado varias personas, hombres y mujeres ya que se deducía por restos
de ropa exclusiva femenina.
Nuevamente huyó de aquel lugar
que lo llenaba de tristeza y desconsuelo, se daba cuenta que volvería a su casa
con la desilusión de siempre.
El padre de Ana lo esperaba
con expresión de esperanza, pero cuando se aproximó y vio de cerca su cara se
le heló el semblante.
-Nos tenemos que marchar los
chicos ya nos estarán esperando, es la hora en la que hemos quedado con ellos.
-¿Has visto alguna pista
Camilo?
-Desgraciadamente no, nada que
nos pudiera dar una esperanza.
-Que desesperación Camilo esto
es peor que llorarla muerta.
-No diga eso a lo mejor está
escondida, o la tienen en la cárcel, yo prefiero pensar eso de lo contrario se
me rompe el alma.
-Llevas razón, eres tan joven,
por eso ves las cosas muy diferente a este pobre viejo.
-Venga no es tan viejo todavía
está muy bien.
Cuando llegaron al lugar del
encuentro, los chicos ya estaban esperando.
El Sol se escondía detrás de
la sierra y sumiso se deslizaba lentamente, sin su calor, el frío se iba
apoderando de la tierra.
Cogieron el camino de regreso.
Casi no pronunciaron palabra,
estaban cansados, habían pasado muchas horas trepando por la maleza de la
sierra, eso los había agotado físicamente, además del agotamiento volvían con
la moral por el suelo.
Llegaron al pueblo ya bien
entrada la noche, al llegar a la plaza. Los cuatro hombres se miraron
desconsolados y con un frío adió se despidieron.
IX
La voz de Carmen lo sacó de
sus pensamientos.
-Camilo me voy hacer la compra
¿Te apetece acompañarme? Tengo que comprar bastante, así me puedes ayudar con
el bolso.
-Sí Carmen ya voy, me había
quedado dormido, no me he dado ni cuenta.
-Vale no pasa nada ahora
puedes descansar, bastantes años has estado
esclavizado al dichoso
trabajo, ya es hora que tengas tranquilidad.
-Llevas razón Carmen, a veces
me encuentro muy cansado.
-No te preocupes nos llevamos
el carrito de la compra, así no traemos tanto peso, tengo que comprar bastante,
ya sabes mañana domingo, siempre vienen los chicos a comer, hay que tener
previsiones.
Salieron a la calle, Carmen
estaba muy bien, pero las piernas las tenía un poco torpe, quizá porque estaba
un poquito gruesa, era una mujer corpulenta y con los años se había llenado de
kilos, eso le hacía caminar con dificultad.
Camilo llevaba el carrito con
una mano, con la otra cogía del brazo de su mujer, no se fiaba que le pudieran
fallar las piernas y cayera.
Ya de vuelta Camilo se
encontraba indispuesto Carmen se paró en la puerta de una cafetería.
-Anda Camilo, tomate un café o
un zumo, donde tendrás ya los churros,
conociéndote te comerías uno y
han pasado muchas horas.
-No tengo apetito Carmen, pero
vamos a pasar y te tomas tu algo, hemos estado mucho tiempo con la compra y
debes estar desmayada.
Pasaron a la cafetería, Carmen
se pidió un café con leche, Camilo se pidió un zumo de naranja.
Hicieron planes para el día
siguiente, sobre todo ella ya sabemos que las madres se vuelven locas cuando
sus hijos vienen a comer.
-Mañana vendrá Pilar y su
familia, pero Luis vendrá solo con los niños Sonia trabaja, le toca guardia en
el hospital.
-Carmen tu ya estas muy mayor
para tanto jaleo, creo que cuando quieras invitar a los chicos, los tendríamos
que llevar al restaurante, así te quitas de hacer comidas y compra, te vas a
gastar lo mismo y te quitas de problemas.
-Ya lo sé Camilo, pero de
momento puedo, solo es un día a la semana, en casa es más acogedor, ya sabes,
después los chicos charlan de sus cosas sin prisa, en el restaurante cuando
termina la comida está en la calle.
-Llevas razón yo lo hago por
quitarte trabajo.
-Y yo te lo agradezco, pero ya
te he dicho mientras pueda es mejor así.
Volvieron a casa, llegaron los
dos cansados, dejaron la compra en la cocina y se sentaron a descansar en los
sillones del salón.
Tenían un piso pequeño, pero
muy acogedor, Carmen era una mujer muy laboriosa y detallista, daba fe de ello
con el gusto que tenía decorado su hogar.
-Carmen me encuentro muy a
gusto en casa, esta paz y tranquilidad me hace feliz. Tú sabes que yo no soy
muy hablador y me atormenta cuando se reúne la gente, hablan todos a la vez, me
molesta, no lo puedo remediar, por eso a veces rehúyo cuando nos juntamos con
los amigos, pero es solo eso, no tengo nada en contra de nadie.
-Claro Camilo ya lo sé, pero a
veces hay que transigir, a mí me caen todos muy bien y tú sabes que yo soy
habladora, pero en ocasiones también me cansan y cuando llego a casa digo: por
fin.
Al día siguiente, se levantó
temprano como de costumbre. Salió a la calle y miró al cielo, es lo que solía
hacer, según veía el día así cogía la ruta.
El día estaba despejado,
estaba saliendo el invierno y empezaba a subir el sol, y con él, se presentía
la futura primavera.
Se decidió por dar su paseo
matutino por la orilla del río, era un paseo agradable podía contemplar las
aguas cristalinas, hacia muchos días que no llovía, el río como siempre en su
caminar sin fin trotaba incansable.
Se acerco hasta la orilla, las
aguas transparentes le dejaban ver los pequeños peces haciendo sus piruetas
feroces.
Largo rato los estuvo
contemplando, cogió una pequeña piedrecita y la tiro junto a ellos, rápidamente
te dispersaron, pero pronto volvieron a la superficie.
Pensó seguir su camino era un
día espléndido, el cielo estaba limpio y su azul penetrante.
Caminó largo rato, hasta que
sus piernas le recordaron los muchos años que tenía, a lo lejos divisó un banco
al borde del camino, era un camino rústico, pero muy frecuentado, la gente de
los pueblos que circundaban al río solía dar largos paseos.
x
Se sentó en un banco desierto,
en aquel momento no había mucho tránsito, de lo que se alegró así podría volver
al pasado en su pensamiento.
Después de aquel día que habían trepado la sierra en compañía del padre
de
Ana, no había vuelto a saber de él, estaba más
ocupado porque le había salido un trabajo fijo, llevaba unos cuantos años
deambulando entre unos trabajos esporádicos, que a penas les daba para llegar a
fin de mes.
Carmen tenía la ilusión de
tener hijos, pero él de momento no había querido, los tiempos eran malos para
traer hijos al mundo, solo había calamidades y miserias.
Ahora que ya tenía un trabajo,
más o menos fijo pensaba que sería hora de darle gusto a su mujer, “era tan
buena”.
Pasado un tiempo Carmen quedó
embarazada, estaba contentísima pronto se puso a preparar la ropita para su
futuro hijo, no lo tuvo nada fácil estaban a pocos años de haber pasado una
gran guerra, y en el país no había de nada, no sólo no había dinero, sino que
no había telas para confeccionar la canastilla.
Las abuelas fueron las
protagonistas, le ofrecieron lo que ellas tenían de cuando habían criado a sus
hijos.
Con aquello y lo que pudo
comprar clandestinamente, le hizo a su futuro bebé su canastilla.
Era un día esplendido del mes
de mayo cuando Camilo regresó del trabajo. Carmen le dijo que no se encontraba
bien, él se puso muy nervioso, corrió la calle abajo a buscar a la comadrona.
Cuando llegaron el niño ya estaba a punto de nacer.
Al cabo de media hora la
comadrona salía con el niño en los brazos.
-Es un barón.
Esas palabras aún le resonaban
en sus oídos.
Pocos años después tuvieron
una hija, era igual a Carmen, guapa y buena, desde niña ya se le vio las
características de su madre, él lo sabía bien, estaba contento con esa
similitud.
Hubiera sido tan diferente, si
se hubiese parecido a Ana, pero cruel destino el suyo. ¿Dónde estaría Ana, su
dulce Ana?
Habían pasado unos años, dos,
quizás tres.
Un día se encontró con un
hermano del padre de Ana.
-Hola Camilo ¿Como vas? ¿Y
Carmen y los niños?
-Bien, estamos bien, yo tengo
trabajo, por lo demás, la rutina de siempre.
-No sé si sabes que el padre
de Ana a muerto esta mañana.
- ¿Qué ha muerto? Si no sabía
que estuviese enfermo.
-Sí, ya llevaba mucho tiempo
que no se encontraba bien.
-Hacía tiempo que no le veía,
como estoy trabajando no me queda tiempo para salir, hace tiempo que no voy a
la plaza, cuando no tenía trabajo iba cada día, ya sabes, es el punto de
encuentro entre el jornalero y el Señorito.
- ¿Cuándo lo entierran? Porque
al entierro voy, aunque pierda unas horas de trabajo.
-El entierro es mañana a las
once.
-Pobre Ana, si viviera, o
quizás viva, que sabemos.
-Yo lo he dicho por todo el
pueblo, por tanto, las autoridades lo saben, digo esto por si estuviera en
prisión, y claro en estos casos a lo mejor, al menos se lo dirán.
-Que lastima, si fuera así que
disgusto se va a llevar, pero eso sería señal que está viva. Pobre Ana.
-Bueno Camilo, ya sabes el
entierro a las once.
-Sí, allí nos veremos.
Aquella noche le costó
conciliar el sueño, pensaba en Ana, ¿Dónde estaría? Si estaba en algún sitio, o
muerta y enterrada sabría Dios donde.
A la mañana siguiente se
levantó pronto, se fue un rato al trabajo y sobre las diez se vino a casa, se
preparó para la ocasión y se marchó para casa de Ana.
Ya cuando entro por la calle,
vio el tumulto de gente parados en su puerta, sobre todo hombres, las mujeres
acostumbraban a esperar dentro de la casa.
Al llegar, pensó entrar para
dar su condolencia a la madre de Ana.
La casa estaba escasa de luz,
pero divisó un guardia al lado de ella. Cuando sus ojos se adaptaron a la
oscuridad, vio al lado del guardia una mujer joven, pero en su cara había una
expresión de cansancio y dolor que la hacía parecer una anciana, tenía el pelo
casi rapado y su figura excesivamente esquelética, estaba sentada, cabizbaja,
al otro lado tenía otro guardia, la joven tenía las manos en su regazo, en ese
momento le vio las esposas.
-! Ana ¡
Aquella voz resonó como un
lamento, se aproximó para abrazarla, pero dos manos como zarpas lo detuvieron.
Besó a su madre y la abrazó
con fuerza, los dos lloraron, pero Ana estaba ausente, como una pavesa, su
mirada perdida, sin vida, aquellos ojos grises estaban secos.
La miro detenidamente, como si
quisiera grabar su imagen en su cerebro para siempre, dos goterones rodaron por
sus mejillas, su cabeza estaba a punto de estallar.
Impotente ante aquella
injusticia, tuvo que dominarse para no defender con sus fuertes puños a la
mujer que él quería más que a su propia vida.
Pero ella estaba ausente a
todo lo que la rodeaba, su mirada baja y su cuerpo encorvado, como si quisiera
reducirse a nada.
Salió a la calle y en la acera
de enfrente se paró, vio salir el féretro a hombros de los amigos y familiares
del padre de Ana.
Desde allí le dijo adiós, pero
no lo siguió, esperaría a Ana pensaba que no tardaría en salir, al final de la
calle un furgón la esperaba.
A los pocos minutos, salía Ana
escoltada y esposada como una asesina.
La miró con intensidad, pero
ella no levanto su mirada, tenía la sensación que estaba muerta, al menos su
corazón no tenía vida.
Cuando pasó junto a él le
gritó con una voz desgarrada.
-Ana mi dulce Ana.
Solo una fugaz y triste
mirada, como si no lo conociera.
Se fue a su casa y no vio a su
mujer que estaba en la puerta, fue a su habitación, se echó de bruce en la cama
y lloró, lloró a grito con el alma desgarrada.
Carmen lo contempló desde la
puerta y lo acompañó en su duelo, pero su dolor era por otra causa.
Le dolía ver a su marido y
padre de sus hijos sufrir de aquella forma por otra mujer, una mujer que para
ella era sólo un fantasma.
Camilo era el amor de su vida,
siempre lo había querido, era tan guapo, tenía un cuerpo atlético, alto, moreno
azabache, con ojos negros como las moras, con un pelo negro y abundante que le
caían los mechones por su amplia frente. Le dolía en el alma verlo sufrir, ese
sufrimiento sin esperanza, pero a él eso no le cabía en la cabeza.
Pasadas unas largas horas,
Carmen lo abordó.
-Camilo, Camilo ¿Quieres un vaso
de leche?
-No, Carmen no me apetece
nada.
Cuando se tranquilizó le contó
a Carmen que había visto a Ana y en las condiciones que estaba.
Carmen abrazó a su marido y lo
consoló como pudo.
Los años pasaron sin noticia
de Ana, un día le dijo a Carmen.
-Carmen he pensado que el
domingo podía ir a la ciudad.
- ¿Que vas hacer en la ciudad?
-Ir a la cárcel a ver si me
dejan ver a Ana, ahora las cosas han cambiado, he escuchado que dejan pasar a
los familiares para verles.
-Pero tú no eres de su
familia.
-Ya lo sé, pero al menos le
podía llevar algo de comida o, al menos saber si está viva.
-Como tú quieras Camilo, pero
te vas a llevar otro disgusto.
-Lo voy a intentar Carmen, con
lo que me han dicho, que dejan pasar para ver a los presos, no me puedo quedar
pasivo, ella ya no tiene a nadie aquí los padres han muerto, y los hermanos han
emigrado.
-Te imaginas, si está bien
debe pensar que nos hemos olvidado de ella.
-¿Que le quieres llevar?
-Un poco de embutido, una
pastilla de chocolate, algo que seguro allí no le darán, y cómprale un botecito
de colonia, eso le hará ilusión, “siempre olía tan bien” pobre Ana.
De buena mañana, el domingo,
cogió el autobús y partió para la ciudad.
Con un pequeño bolso, guardado
como si fuera un tesoro, llegó a la ciudad, preguntó por la cárcel, no sabía dónde
se encontraba, iba ansioso por encontrarla.
Al llegar a la puerta tuvo que
respirar hondo para tranquilizarse, el corazón le galopaba en el pecho.
El la puerta de la cárcel
había un guardia, Camilo se dirigió a él.
-Buenos días ¿podría pasar a
ver a Ana?
-¿Qué Ana? No creo que aquí
haya solo una Ana.
-Perdone, Ana Marque.
-De me su documentación.
-Camilo saco su cartera y le
dio su carnet de identidad.
El guardia lo examinó con
detenimiento.
-Pero usted no es familia
directa de la reclusa.
-No, pero es una conocida
desde hace muchos años.
-Lo siento joven, pero sólo se
admiten visita a los familiares.
A Camilo se les cayó el
corazón a los pies.
-Siendo así, ¿Le podría
entregar este bolso?
- ¿Quién le digo que se lo
envía?
-De parte de Camilo
- ¿Qué Camilo?
El guardia se impacientó.
Camilo Casas.
- Bueno ya sabe que esto será
revisado por los guardias, si todo está en regla, lo recibirá en unas horas.
-Gracias, muchas gracias.
Con gran disgusto se fue para
la parada del autobús, tardaría unas horas en salir para el pueblo.
Llegó al caer la tarde, Carmen
lo estaba esperando, como siempre con la amabilidad que le caracterizaba.
-¿Cómo ha ido Camilo?
-Mal Carmen, no me han dejado
verla.
-¿Pero le habrás dejado las
cosas?
-Sí, para eso no me han puesto
objeción, otra cosa es que le llegue.
-Sí, dicen que sí que las
cosas le llegan, pero lo malo es que no te dejen entrar, no has podido verla.
-Bueno al menos lo he
intentado.
-Claro, eso te va a
tranquilizar, ya verás.
-Sí, Carmen, gracias por ser
tan comprensiva.
-Siempre trato de ayudarte,
nada más.
Los hijos de Carmen y Camilo
se estaban haciendo mayores, el tiempo pasaba de prisa, un día mientras estaban
en la mesa a la hora de la comida, Carmen comentó.
-Hay que ver cómo la gente se
va del pueblo a las grandes ciudades.
Al hijo le faltó tiempo para
contestar.
-Claro como tendremos que
hacer nosotros, cuando estemos en edad de trabajar, aquí no hay trabajo.
Carmen muy pausada le
respondió.
-Todo a su debido tiempo,
ahora sólo tenéis que pensar en terminar los estudios, fuera del pueblo lo
tendréis más fácil si estáis preparados, así que ya sabéis aplicaros que ya os
queda poco para labraros un porvenir.
Camilo no levantó la cabeza
del plato, el no se iría del pueblo hasta no ver en que quedaba Ana, pensaba
que estaba enferma, cuando murió su madre no la habían traído al entierro, a él
eso no le daba buena impresión, si la trajeron para el padre que eran aún
tiempos más difíciles, por qué no la iban a traer para su madre.
Eso le hacía pensar que no
estaría bien, claro que cuando él la vio en el entierro de su padre, tuvo la
impresión que estaba muy mal, física y anímicamente.
Todo esto le hacía permanecer
cerca de ella, pero los hijos crecían y querrían volar como toda la gente, esto
lo ponía enfermo sólo de pensarlo.
- ¿Tú que dices papá?
-Yo no digo nada, de momento,
aún falta mucho tiempo, hacer lo que dice mamá estudiar qué es lo que toca
ahora, ya veremos más adelante cómo se van desarrollando las cosas.
XI
Camilo seguía sentado en el
banco, ya llevaba horas, pero el no tenía noción del tiempo, cuando se metía en
su coraza era como si el mundo se hubiese parado.
Miró el reloj, dio un salto.
-Las tres, se dijo a sí mismo.
Carmen lo estaría esperando
para comer, como siempre se preocupó, no quería darle un disgusto a Carmen por
nada del mundo.
Caminó de prisa para su casa,
no estaba muy lejos, no le gustaba alejarse mucho las fuerzas le flaqueaban,
empezaban a pesarle los años.
Cuando entro por la puerta
Carmen ya tenía la mesa puesta.
-Camilo, cuánto has tardado en
volver me preocupa, te lo he dicho muchas veces, me parece que te pasa algo
malo por ahí.
-No te preocupes mujer ¿Qué me
va pasar?
-Qué sé yo, se oyen tantas
cosas.
-Lo siento Carmen, me he
distraído y no he mirado el reloj.
-Bueno a comer que la comida
se enfría.
Se sentaron a la mesa
silenciosos como casi siempre, Camilo no dejaba de volver al pasado, era como
si hiciera un recuento de su ya larga vida.
A veces tenía que hacer de
tripas corazón para que su mujer no notara aquella tristeza que le invadía.
Como siempre pasaron un rato
al salón para descansar y ver la televisión.
A Camilo le gustaba ver las
noticias y poco más, en cambio Carmen se entretenía viendo los programas
habituales de concursos y documentales.
Pasado un rato, Camilo se fue
a descansar un rato a sus aposentos.
XII
Se echo de bruce en la cama,
pensó en su mujer, que mujer más buena era Carmen, que comprensiva con él, mira
que le daba motivos sobrados para que alguna vez se enojara, pero nada, siempre
con aquel conocimiento y buen humor.
Ya el día antes la había visto
hacer la bolsa para cuando volviera a la cárcel.
Eran tiempos malos, no tenían
dinero para comprar un bolso cada vez que visitaba a Ana, porque claro, el
bolso nunca se lo devolvían.
Carmen de trozos de tela que le sobraban de
hacer las camisas o de sus vestidos, los iba uniendo y así trozo, a trozo los
iba juntando hasta tener el tamaño deseado, no tenía que ser muy grande, total
para unos trocitos de embutidos, una pastilla de chocolate y la colonia, eso
sí, no quería Camilo que eso le faltara, él bien sabia como le gustaba a Ana
perfumarse.
Cuando llegó el fin de semana
le dijo a Carmen.
-Carmen este fin de semana
quiero ir a ver a Ana, hace mucho tiempo que voy y nunca me has acompañado.
-Pero no es por nada Camilo si
no que no es lo mismo pagar dos viajes que uno, tu sabes que ahora hay días que
no tienes trabajo, y cada día se necesita comprar los alimentos, a veces me
tienen que fiar en la tienda, para poder subsistir, los niños cada día
necesitan más. Pero no te preocupes, esta vez te acompaño, ya nos arreglaremos.
Como acordaron el domingo muy
de mañana partieron para la capital.
Carmen colgada del brazo de su
marido, trataba de infundirle su gran apoyo.
Cuando iban para la cárcel
Carmen le dijo.
-Camilo si te parece bien,
podemos tomar un café, estamos en ayunas y ya es tarde.
-Sí, Carmen llevas razón, no
tengo apetito, pero hay que tomar algo.
Entraron en un bar que le caía
de paso y pidieron sendos cafés.
No tardaron en salir, Camilo
tenía prisa por llegar a la cárcel.
Cuando llegaron a la puerta,
lo miró el guardia como si le quisiera trasmitir con la mirada algo, aquella
mirada era inhabitual en él.
-Buenos días.
Camilo hizo mención de
entregarle el bolso, pero el guardia no se lo cogió, se entró para la garita y
sacó un bolso en la mano.
-No, esta vez soy yo el que le
devuelvo el último bolso que usted me entregó.
- ¿Pero por qué? ¿es que hay
otras normas? ¿Es que no se le puede pasar nada a los reclusos?
-No haga preguntas, circulen,
circulen.
Le contestó el guardia
agriamente.
Carmen cogió del brazo a su
marido y lo apartó de la fila de la gente que esperaba, Carmen había captado la
situación, pero Camilo como siempre
estaba dominado por su crónica
ceguera.
Caminaron en silencio de
regreso para coger el autobús, Camilo iba muy triste, antes de subir al convoy
Camilo le dijo a Carmen.
-Carmen esto me da mala
espina, creo que Ana debe estar muy enferma.
-Ponte en lo peor Camilo, este
juego se lo he escuchado a mucha gente, no dan explicaciones, pero si te
devuelven las cosas está claro, esa persona ha desaparecido, me duele decirte
esto, pero es la realidad.
-Qué pena de Ana Carmen, en la
flor de la vida, triste destino, si era como un ángel toda sanidad. Perdóname
Carmen ya terminó todo.
-No tengo nada que perdonarte,
tú eres así, la querías y has luchado por ese amor tan verdadero.
-Gracias, deberías estar
molesta, o herida en tu amor propio y sin embargo eres todo comprensión.
-Siempre te he querido, eso es
todo.
-Claro y yo también te quiero,
pero me daba tanta pena de Ana.
En su inconsciente Camilo se
repetía:
-¡Mi dulce Ana!
Al llegar a casa Camilo ya no
podía más, había sido un día muy duro para él.
Me voy a descansar Carmen,
estoy muy cansado
Carmen pasado un tiempo llamó
a su marido para comer.
-Camilo, ¿Te has quedado
dormido?
-No, Carmen me duele la
cabeza, ha sido un día muy triste, aunque ya me lo esperaba, pero es muy duro.
Pasado el tiempo, Camilo un
día cuando estaban reunidos en la mesa, le dijo a Carmen.
-Hace tiempo que no sabes nada
de tu prima Luisa, le podías escribir para que te dijera como están las cosas
por allí, referente al trabajo claro.
Carmen tardó unos segundos en
contestar, pero tanto Pilar como Luis, saltaron de inmediato.
- ¿Es que piensas marchar? Si
es así nos iremos todos. ¿Verdad?
Carmen estaba atenta a las
palabras de sus hijos ella sabía que estaban deseando irse, por eso no había
comentado nada de las noticias que recibía de su prima, quería que fuera Camilo
el que tomara la decisión, no quería forzarlo, después de todo era el cabeza de
familia y era él el que tenía que trabajar de momento, luego ya se irían
incorporando los chicos y ella, claro, su prima le decía que había mucho
trabajo para todos.
-Sí, Camilo sí que tengo
noticias lo que pasa es que yo quiero que seas tú el que tome la decisión.
-Siendo así escríbele y le
preguntas si hay alguna posibilidad para marcharnos, esto está mal y los chicos
están a punto de terminar la escuela, allí a lo mejor pueden hasta aprender un
oficio, aquí ya sabemos lo que hay.
-Mi prima me dice en sus
cartas que se han alquilado un piso muy grande y tiene dificultad para pagar el
alquiler, ella se ha ofrecido para que si queremos nos vallamos a su casa, para
empezar claro, así lo pagaríamos a medias hasta que nos situemos, luego sobre
la marcha ya se verá.
-No es mala idea, pero si en
principio no encontramos trabajo, cómo vamos a pagar piso, para los gastos de
comida y lo más necesario tendremos para un tiempo con lo que tenemos ahorrado.
-Todo eso ya lo hemos hablado,
no te preocupas Camilo.
- Bueno púes si a los chicos
le parece bien, empezaremos a preparar el viaje.
Los chicos abrazaron a su
padre, estaban eufóricos de la alegría.
-Bueno, bueno, A ver si
tenemos suerte yo lo hago por vosotros, así tendréis la posibilidad de al
menos, aprender un oficio.
XII
El tiempo pasaba y Carmen y
Camilo se hacían mayores a paso agigantado, Carmen estaba delicada de salud,
era Camilo el que llevaba la casa, se encargaba de la comida, la compra, de
lavar la ropa, Carmen casi no podía caminar, sus piernas no la aguantaban en
pie, pero el siempre solícito la atendía con la amabilidad que le
caracterizaba. Poco tiempo después Carmen murió a consecuencia de sus muchos
achaques.
Camilo quedó sólo en la casa,
los hijos lo visitaban a menudo, pero el se encontraba bien de salud y sobre
todo y lo más importante era que estaba lúcido, su mente tan sumamente
castigada le funcionaba como cuando era joven. Seguía dando sus largos paseos
como siempre, pero ya no se alejaba ni paseaba por la montaña ni por el río,
solía danzar por las calles casi siempre sin un rumbo fijo.
Conservaba la amistad de su
amigo Pascual éste le seguía contando las historias de la mili que de tanto
escuchárselas se las sabía de memoria.
A veces desayunaban como
siempre acostumbraban café con churros, en la cafetería de Fausto. Era el único
amigo que le quedaba, porque Blas hacía tiempo que había muerto.
Cuando Pascual murió sus hijos
decidieron llevarlo a una residencia, no querían que estuviera sólo, estaba
perdiendo facultades y no estaban tranquilos.
Miraron una residencia que
estuviera bien y retirada de la gran ciudad, le habían comentado de una que
estaba cerca de un pueblecito que era muy tranquilo, incluso podía salir a dar
sus paseos fuera del recinto.
Se lo comunicaron a su padre y
el cómo siempre humilde y comprensivo les dijo que el aceptaba lo que ellos
decidieran.
Poco después salió para su
nueva morada, sus ojos rasados por las lágrimas, no hicieron a mención de mirar
pasa tras. No se imaginaba ni por lo más remoto, que en aquel centro se
llevaría la mayor alegría y desilusión de toda su vida.
Al legar al geriátrico se
despidió de sus hijos que le habían acompañado. Quiso continuar solo, no quería
que sus hijos lo vieran llorar, estaba seguro que lloraría al llegar a un lugar
tan extraño para él, siempre lo había comentado con Carmen no eran partidarios
de salir de casa, pero a él le había tocado claudicar.
El centro no era muy grande
sólo tenía dos plantas, eso sí, estaba rodeado de un gran jardín, era rico en
árboles y en los laterales de los senderos rosales, una gran variedad de ellos
de diferentes colores, a cada poco trecho había una gran variedad de bancos
todos diferentes, cosa que llamó su atención, eran cómodos, para que sus
ocupantes pudieran descansar.
Camilo miraba todo con
bastante atención, algo inusual en él.
Llegó a la puerta de entrada,
una joven le salió al paso.
- ¿Eres Camilo? Le pregunto la
joven con bastante familiaridad.
-Sí, soy yo, mis hijos me han
acompañado hasta la verja del jardín.
-Claro ya me extrañaba que
hubiese venido solo.
La joven muy amablemente le
acompaño a su habitación, después de acomodarle le estuvo mostrando todo el
centro, los dormitorios estaban en el segundo piso, en la primera planta el
comedor, sala de estar, cocina y otras instalaciones necesarias para sostener
las necesidades de un grupo de gente tan elevado.
Por la expresión de su cara,
no parecía desencantado, lo que más le ilusionaba era el jardín, llevaba muchos
años viviendo en un piso, aquello le recordaba al pueblo, su pueblo, que tanto
había añorado durante años. Ya le habían comentado sus hijos que si estaba bien
podía dar paseos por el pueblo, que en lo que pudo apreciar al cruzarlo cuando
llegaron era un pueblo pequeño.
Después de la comida Camilo
salió a dar un paseo por el jardín, los bancos estaban muy concurridos, hacía
buen tiempo, no en vano estaban en mayo, los rosales parecían desbordados de
rosas.
Al final de un sendero, un
banco estaba casi vacío, sólo una anciana sumisa y distraída, se le aproximó
con cautela, le pareció que no quería compañía, no era usual que con tantos
compañeros estuviera tan sola.
- ¿Le molesta que me siente?
Le preguntó cauteloso Camilo.
La anciana lo miró con una
mirada perdida, como si no mirara nada.
No le contestó, Camilo no la
volvió a molestar, siguió sentado junto a ella, la miraba de reojo, algo le
atraía de aquella anciana, quizás aquella ausencia que se palpaba en su casi
inexpresiva cara, sus ojos, algo le era familiar, tenía la impresión de haberla
visto en otra ocasión, pero no podía recordar, por más que lo intentaba.
Camilo estaba lúcido como si
tuviera cuarenta o cincuenta años, pero había cosas que ya no captaba como
antes, así que se fue del banco y se olvido de la anciana.
Pasaron unos días y no volvió
a reparar en la pobre mujer, él paseaba sólo no le apetecía hacer amistades con
los otros u otras viejos que deambulaban de un lado a otro del jardín.
Un día pidió permiso para ir a
dar una vuelta por el pueblo, no le pusieron impedimento, se veía claramente
que estaba bien en realidad nadie diría que tenía casi ochenta años.
El pueblo le encantó, hasta
conoció a un hombre de mediana edad e hicieron una pequeña amistad, le había
caído bien, de hecho, a él no le gustaba la gente de su edad se encontraba más
a gusto con los más jóvenes, tenían otros temas de conversación que le
distraía, eran relatos e historias para él nuevas.
Cuando regresó era la hora de
la comida, se fue para el comedor y justo al lado de la anciana silenciosa
había una silla vacía. Se sentó a su lado, pero no le dijo nada, ella lo miró
como si no viera nada, él casi no le prestó atención. Después de la comida se
levantó y se fue para el jardín, se sentó en un banco que estaba vacío, le
gustaba estar solo.
Al poco tiempo vio venir a la
anciana cabizbaja y silenciosa como siempre, al llegar hasta él se le acercó y
se sentó a su lado, esta vez lo miró con insistencia, él extrañado sostuvo su
mirada esa mirada que le seguía recordando a alguien, ella se aproximó a él y
lo tomo le la mano, muy extrañado le preguntó.
¿Cómo te llamas? Ella negó con
la cabeza, la verdad que ya no sabía que hacer ni que pensar, era una persona
muy extraña no le había querido decir su nombre, o quizás no lo recordaba. Allí
permanecieron largo rato, cuando él se levantó ella lo siguió y toda la tarde
fue junto a él, pensando en aquella situación tan extraña, llegó a una
conclusión, se informaría de quien era aquel personaje tan raro, era un
comportamiento fuera de lo normal y empezaba a intrigarle.
Después de la cena el se fue
para su habitación, ella esta vez no lo siguió.
A la mañana siguiente, se aproximó
a la chica de recepción y le preguntó que a quién se tendría que dirigir para
informarse de algo que le interesaba saber. La chica le dijo que al final del
pasillo a la desecha estaba el despacho de la directora, que ella le podría
informar de lo que quisiera saber.
Llamó a la puerta y una voz
suave le dijo que pasara.
Ya frente a ella, no sabía cómo
le iba ha decir lo que le preocupaba, en el fondo del alma Camilo era bastante
tímido.
-Perdone que la moleste, pero
quisiera saber de una señora que está aquí en el centro, sabe, es que su cara
me da la sensación que no es la primera vez que la veo, la he abordado y le he
preguntado su nombre, pero se encoge de hombro y no me responde.
-Ah, debe ser Anita, esta
señora está enferma tiene un Alzheimer bastante avanzado.
-Si no es mucho pedir, ¿me
podría decir su apellido?
-Un momento, se lo miro, no me
puedo acordar del apellido de todos los internos.
-A ver, aquí está, se llama
Ana Marque, le dijo la directora, y lo miró, vio cómo palidecía.
- ¿Pero qué le pasa señor? ¿se
encuentra mal?
La directora fue junto a él
justo a tiempo para impedir que cayera al suelo, Camilo se había desmayado.
Rápidamente llamaron al médico
que no tardó en llegar, pidió un poco de amoniaco y con un algodón bien
empernado se lo puso en la nariz.
Camilo fue reaccionando poco a
poco, cuando abrió los ojos y recordó lo que le había dicho la directora, se
volvió a desmallar.
El médico preguntó, que, si se
había llevado algún disgusto, la directora le contó todo el proceso y ya
empezaron atar cabos.
Cuando reaccionó las palabras
brotaban de sus labios.
-Ana, mi dulce Ana.
En pocas palabras contó su
historia al médico y a la directora, los dos quedaron silenciosos ante el
cuadro tan triste de aquel pobre hombre.
Cuando Camilo reaccionó le
preguntó que como había llegado hasta allí,
La directora le dijo que ella
llevaba poco tiempo en el centro, pero una de las enfermeras ya mayor y que
llevaba allí casi desde el origen del centro lo podría informar.
Camilo se atormentaba pensado
lo cerca que había estaba de ella y sin saberlo, se acordaba de Carmen, cuánto
la echaba de menos, ahora le contaría todo, y bien seguro que se alegraría ¡era
tan buena!
Camilo estaba sentado en el
comedor, era la hora de la comida, miró minuciosamente, pero no vio a Ana,
cuando estaba dispuesto a salir al jardín a buscarla una enfermera lo abordó.
-Perdone, es usted Camilo, -sí
soy yo, -le contestó Camilo muy extrañado.
-Me ha dicho la directora que
estaba usted interesado en saber cómo llegó al centro Anita.
-Ah, usted debe ser la
enfermera, ya me lo había comentado, púes sí que me gustaría saber cómo llego
hasta aquí.
-Vera, hace muchos años, ella
tendría unos cincuenta más o menos, llegó al centro un matrimonio ya muy mayor,
Anita los acompañaba, era como algo suyo, sólo atendía a la señora, la
acompañaba a todas horas, era eso, como su compañera inseparable. Un día sin yo
preguntarle la señora me dijo que le tenía un gran cariño porque hacía muchos
años que la tenía en su casa. Me contó que su marido era un alto mando del ejército
y que un día había visitado la cárcel de mujeres, en dicha visita conoció a
Anita era una reclusa por problemas de política, pero no había en su expediente
ningún delito grave, según mi marido le dio pena de ella, era muy joven y
estaba muy débil muy enferma. Tuvo que pedir permiso y favores a sus
superiores, y aun así, le pusieron muchas condiciones, no podía recibir visitas
ni comunicarse con nadie, eran unos tiempos muy represivos, ella me decía que
sus padres habían muerto, según ella tenía hermanos. Cuando pasaron los años y
las cosas cambiaron, un día la acompañé a su pueblo, pero no encontró a ningún
familiar ni conocidos, habían emigrado, el pueblo estaba casi desierto.
Cuando mis hijos decidieron
ingresarnos aquí, yo quise que ella estuviera con nosotros, y ya tengo todo
preparado para que cuando faltemos ella pudiera quedarse aquí.
Camilo la escuchaba muy
atento, mientras a veces las lágrimas corrían por sus flácidas mejillas.
-Los señores faltaron y ella
quedó por aquí, ayudaba a las compañeras que estaban más necesitadas, la verdad
que todos la querían, pero hace unos años esa horrible enfermedad la va dejando
como un vegetal.
Camilo quedó pensativo y
rompió en sollozos, la enfermera, una mujer acostumbrada a tantas cosas
desagradables, lo abrazó y le infundió todo el ánimo que pudo, pero Camilo ya
casi un anciano, no tenía consuelo.
Le dio las gracias a la
enfermera, ella se despidió y él quedó un buen rato llorando y pensativo.
Aunque todos estaban ya
esperando la comida, Camilo no tenía apetito de fue a su habitación, allí dio
rienda suelta a su dolor, maldiciendo el destino que le había tocado vivir, la
impotencia que sentía de no haber podido hacer nada por aquella mujer que tanto
había sufrido.
En su inconsciente pensó en
Carmen, miró por la ventana al cielo y desde allí le dijo: Carmen he encontrado
a Ana, pero ella no me reconoce.
Al día siguiente muy de mañana
buscó a Ana, la encontró como casi siempre sentada en el banco, se aproximó a
ella, no lo rechazó, la tomo de las manos y muy cerquita de ella, la miró a los
ojos, aquellos preciosos ojos grises, ahora secos, bien seguro de tantas
lágrimas que habían brotado de ellos, aproximó sus labios a su oído y pronunció
aquellas palabra que tantas veces había dicho sin que ella las escuchara: Ana
mi dulce Ana, volvió a mirar sus ojos y vio como dos lágrimas brotaban de
ellos.
Camilo la abrazó tan fuerte
como le permitieron sus pobres fuerzas.
Ella seguía llorando sin
pronunciar una sola palabra.
Pasaron unos meses, dicen que
Camilo y Ana siguen dando largos paseos por los senderos del jardín, cuentan
que los ven cogidos de la mano y cómo Ana hasta se ríe con las cosas que le
cuenta Camilo.
Manuela Llera Ramos